El siniestro aéreo ocurrido en los Alpes franceses la semana pasada mantiene encendido en el mundo un riguroso debate sobre la seguridad de la aviación.
Entre los temas puestos sobre la mesa de discusión por expertos y organismos especializados, la definición de medidas proactivas que minimicen fallas, como las que ocasionaron la tragedia europea, comienza a ventilarse, y en el ojo de las alternativas están la revisión de los protocolos de seguridad durante los períodos de vuelo y los rediseños de las cabinas de mando.
A raíz del atentado terrorista contra las Torres Gemelas, en 2001, la seguridad aérea marcó un punto de inflexión, y una de las primeras medidas adoptadas por las constructoras fue el blindaje de las cabinas de avión, mediante la utilización de cámaras de seguridad, tecnologías digitales y cerrojos electrónicos para sus puertas. Los cambios pusieron tranca a las posibilidades de acceso de potenciales criminales y secuestradores dispuestos a repetir la dolorosa tragedia americana.
Pero si el sistema de blindaje resulta efectivo para controlar eventuales posibilidades de asalto desde el exterior de la cabina, paradójicamente -de confirmarse la decisión suicida del copiloto alemán- también deja riesgos latentes en su interior, no previstos en los protocolos de vuelo de las aerolíneas. Factor que podría ser determinante en el siniestro del Airbus A320 de Germanwings. El impenetrable refugio en que se ha convertido el compartimiento de mando aéreo puede terminar en manos de un perturbado tripulante con capacidad de bloquear entradas y con la autonomía para disponer de la suerte de los indefensos pasajeros.
El desastre revive la posibilidad de retomar la norma vigente antes del 11-S, de hacer obligatoria la presencia permanente de dos tripulantes en cabina, suprimida bajo los vientos de tranquilidad que soplaron con la puesta en marcha del sistema de puertas blindadas. Aunque de inmediato algunas compañías adoptaron la medida, los principales sindicatos de pilotos de Europa la consideran insuficiente, y le apuestan a un rediseño total del área de comando, aislada del resto de la nave, que incluyan para la tripulación, baño y sala de descanso privados.
La ubicación de los baños en zona pública es un previsible factor de riesgo y no es la primera vez que las de portezuelas blindadas les han hecho pasar malas jugadas a las líneas aéreas. A comienzos de este año un avión de Delta Airlines debió aterrizar de emergencia en el aeropuerto McCarran de Las Vegas, luego de que el comandante se quedara por fuera del puesto de mando, después de regresar del cubículo de lavabo. Una súbita falla en el sistema de emergencia de la puerta le impidió el acceso y su copiloto debió terminar el vuelo realizando una maniobra poco habitual.
Sin embargo, la modernidad tecnológica de los aviones debe ir de la mano del factor humano. La seguridad de pilotos y pasajeros depende no solo de las nuevas pautas sobre el cierre y bloqueo de las entradas y la fijación del número mínimo de personas en cabina, sino de los estrictos controles médicos y psicológicos de las tripulaciones y de la periódica revisión de los protocolos de vuelo para disponer de una permanente y apropiada evaluación sobre escenarios de riesgo, aún por improbables que sean.
La terrible experiencia del A-320, provocada por el quizás perturbado copiloto alemán, va más allá de ser un doloroso y aislado episodio, por la sencilla y contundente razón de que en la aviación no todos los pilotos son automáticos.
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