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Desde inicios de la década pasada, el país ha venido ganando visibilidad en el escenario del turismo internacional, al ritmo del crecimiento de este sector, uno de los de mejor desempeño en la región. Los factores determinantes son múltiples. Van desde una percepción de imagen más positiva en el mercado, con la reducción de algunos problemas coyunturales en materia de orden público; hasta el interés que el sector empieza a despertar en el proceso de las políticas públicas del Estado. Pero, sin duda, un importante contribuyente a ese posicionamiento son las expectativas que genera la biodiversidad inmensa que anida en estas tierras, tan andinas como caribeñas.
Las principales publicaciones especializadas del mundo y los expertos en el tema han ventilado el atractivo que desprende este destino, al que el Magazine Le Figaro, en un espacio considerable para resaltar sus virtudes, definió como una nación espectacular y por descubrir. Vuelve a suceder con los World Travel Awards, prestigiosos premios que reconocen la excelencia en la industria de viajes y turismo, a nivel global, en los que, tal y como ha sucedido en los últimos diez años, el país es protagonista. Esta vez compite en nueve categorías y está nominado como Destino líder de Suramérica -en 2020 había sido postulado como Destino líder en el mundo-, con propuestas de aventura, naturaleza, cultura y gastronomía, caracterizadas en varias de nuestras ya acreditadas ciudades.
Un semestre atrás, Colombia había sonado en el escenario turístico internacional, cuando el portal británico money.co.uk, dedicado a la investigación y comparación de servicios y productos a nivel mundial, la clasificó como la tercera nación más bella del planeta, y con mayor cuantía en maravillas y bondades naturales, solo superada por el archipiélago asiático de Indonesia y sus vecinas islas de Nueva Zelanda; dos epicentros turísticos de prodigiosos ecosistemas y arrecifes coralinos, en los márgenes del Océano Pacífico.
Durante largo tiempo los prospectos extranjeros coincidían a asociar al país con violencia, drogas, terrorismo e inseguridad, pero, poco a poco, se ha venido logrando un cambio en la percepción, mediante la exploración de áreas de interés para los viajeros, relacionadas con esa biodiversidad que, ahora, nos posiciona en el ranking turístico. La Colombia de los últimos años difiere, relativamente, a la del siglo pasado, dada la transformación de la guerra, con la desmovilización de las Farc. Sin embargo, la irrupción de nuevos grupos criminales vuelve a quitar espacios territoriales y a prender alarmas.
Colombia, pese a disponer del territorio más biodiverso del mundo por kilómetro cuadrado y de contar con un avance significativo en las cifras del sector, mantiene una representación turística en el PIB escasamente cercana al 5 %, y ocupa una discreta posición en la escala media de los destinos, relacionada con el número de llegada de turistas internacionales. Países, sin la generosidad natural, la ubicación estratégica ni la extensión territorial del nuestro, han sabido sacar provecho económico de este renglón, convirtiéndolo en primerísima fuente de ingresos.
Dado ese diverso e inexplotado potencial, el futuro turístico de Colombia no tiene límites. Para nada son utópicas las pretensiones de reemplazar con turismo, al menos, parte de los ingresos generados por el petróleo y sus derivados, de apostarle al desarrollo de una industria sólida, en condiciones competitivas dentro del mercado global. Se requiere de disposición y voluntad política. El Gobierno, en concordancia con uno de sus postulados de campaña, debe abordar el desafío y dar los primeros pasos, priorizando el turismo sostenible, desde la perspectiva de incentivar múltiples iniciativas comunitarias, que contribuyan a mejorar las condiciones de vida de las comunidades y a proteger el entorno natural.
Explorar esa Colombia profunda, que oculta tan rica biodiversidad, requiere persistir en la búsqueda de la paz con los grupos interesados en continuar en el proceso, pero, también, enfrentar a los actores delincuenciales interesados en mantener el caos y la destrucción en beneficio de economías ilícitas. De paso, re-direccionar las políticas públicas hacia esta modalidad turística, cuyos nacientes resultados pueden verse en algunas zonas del país, tras los acuerdos de 2016.
La Macarena, un paraíso natural que la guerra ocultó por medio siglo, dejando visibles cicatrices socio-económicas, hoy es una demostración de cómo un territorio afectado por el conflicto puede convertirse en fuente turística y de desarrollo, con multiplicación de visitantes y generación de empleo. Fotografía semejante a las de otras áreas rurales de Guaviare, Arauca, Vichada o Caquetá, donde florecen algunas novedosas ofertas turísticas, que permiten construir equidad económica y social.
Para hacerlo crecer, el Gobierno tiene que anteponerlo a otras iniciativas públicas, mediante la articulación concertada de políticas entre los estamentos del Estado, para materializar acciones en infraestructura, vías, servicios, seguridad, formalización e innovación de oferta. Esta última, con prevalencia de la megadiversidad, a través de experiencias como turismo de naturaleza, aviturismo, agroturismo y turismo de saberes ancestrales, productos que, día a día, ganan adeptos y en los que se tiene fuerza competitiva dentro del mercado mundial.
La modernización institucional del órgano rector del turismo es otro punto clave para darle un revolcón a la industria y, de su mano, emprender la prometida transición energética hacia los recursos naturales. En lugar de un viceministerio inane, se debe crear un Ministerio, dotado de herramientas que le otorguen independencia, recursos y capacidad de decisión. Es la opción más viable para ponerle alas a la transformación de este sector económico, que, aunque en el exterior es un río que suena mucho, adentro muy pocas piedras lleva.
En el sector: El Gobierno descartó una eventual reducción del IVA a los tiquetes aéreos, por lo menos, en lo que resta de este año e inicios del próximo. Una solicitud en tal sentido había sido planteada por aerolíneas y gremios turísticos para motivar el uso del transporte aéreo, pero, pese a que fue tramitada por el propio ministro de Transporte, Guillermo Reyes, no encontró eco en su colega de Hacienda, José Antonio Ocampo. La razón: la propuesta no está contemplada en el Presupuesto General de la Nación y el monto de su recaudo, cercano a $1,2 billones, orientado hacia programas de políticas sociales, no tiene como reemplazarse.
