La decisión tomada por el Gobierno Nacional de ampliar la restricción de ingreso al país de todos los ciudadanos extranjeros no residentes oscurece aún más el ensombrecido horizonte del sector turístico local, pero adoptarla era inevitable y, sin duda, políticamente responsable, para procurar trancarle el paso a la pandemia del covid-19, que traspasa fronteras sin permisos y a gran velocidad.
La medida resulta razonable y comprensible y la vienen aplicando otros países de la región, incluso, con restricciones internas adicionales mucho más estrictas, como el aislamiento social obligatorio, teniendo en cuenta que la libre circulación del virus se ha hecho visible en gran parte del mundo -ya se extiende a 140 naciones-, produciendo un incremento creciente en el número de muertos e infectados. Antier, de estos últimos casos se traspasaba la barrera de los 160 mil, mientras que las víctimas se promediaban en los seis millares.
La propagación, como lo señalan directivos de aerolíneas, no está en los aviones, pues no cabe duda que, como medio de transporte, son los que ofrecen mayor seguridad y protección por sus condiciones sanitarias y la eficiencia de sus sistemas de filtración del aire, capaces de capturar el ciento por ciento de los microbios que se difunden en el ambiente. El riesgo está en los viajeros, que hoy en día se trasladan más rápido y a más lugares que antes, y ello hace que la aviación -como los barcos- sea un medio propenso a la difusión de enfermedades y sean los aeropuertos su puerta de entrada, si no se extreman las medidas sanitarias pertinentes.
Lo cierto es que el impacto del coronavirus genera consecuencias inimaginables en todos los frentes de la industria turística global, desde aviación y cruceros, hasta hotelería, gastronomía y recreación. La Organización Mundial del Turismo (OMT) prevé que el número de turistas en el planeta echará reversa este año y se reducirá en 3 por ciento, como mínimo, en caso de que la epidemia se controle en un período relativamente corto. De ser así, las pérdidas estimadas podrían llegar a US$50 mil millones. De lo contrario, los nubarrones serán difíciles de predecir.
Los vientos que soplan sobre las empresas del sector son poco alentadores y se agravan con el cierre de fronteras. El aislamiento aéreo y marítimo de China, la potencia emisora del turismo, sumado al que padecen los destinos emblemáticos de Asia y Europa y a las restricciones impuestas en Estados Unidos, le estrangulan los pulmones a la industria y también la causan neumonía, pues son estas regiones donde el turismo genera mayor dinámica y presenta sus picos más altos.
A la alarma sanitaria que produce el covid-19, se añade una confluencia de amenazas que pone en posición de jaque el desenvolvimiento de esta industria. La desaceleración de los principales mercados económicos, la revaluación del dólar, las catástrofes climáticas, los problemas de producción de las constructoras de aviones y las cargas impositivas, junto a las dificultades financieras de aerolíneas, operadores y hoteles, entre otros, son factores que, en gavilla, le colocan un freno de mano a la actividad.
La industria turística mundial, incluyendo la colombiana, venía de cerrar una década ininterrumpida de crecimiento -el año pasado el aumento global fue del 4 por ciento-. Hoy, al contrario, enfrenta uno de los escenarios más adversos, entre los varios recorridos en los últimos tiempos, asolados por otras pandemias y ataques terroristas, que bien pudiera llevarla por los inciertos caminos de una profunda crisis de duración y dimensiones desconocidas.
La reducción de sus ingresos podría oscilar entre US$63.000 millones y US$113.000 millones, dependiendo de la forma como evolucione la propagación del COVID-19, secuela de un desolador panorama que ha obligado a la Asociación de Transporte Aéreo Internacional (IATA) a solicitar a los gobiernos la eliminación de impuestos al combustible para contrarrestar la baja de las operaciones y de la venta de pasajes de las aerolíneas, más aún, ahora, como sucede en los Estados Unidos, cuando los pasajeros ni siquiera se dejan tentar por las inimaginables promociones que se ofrecen en diversas rutas, que operan casi vacías.
En Colombia, el turismo reproduce al pie de la letra las severas consecuencias del escenario internacional y aleja sus proyecciones de crecimiento. Los líderes gremiales buscan mantener el optimismo, pero los empresarios se muestran cada vez más preocupados. Aerolíneas, hoteles, agencias de viajes, restaurantes, operadores y el sector del entretenimiento empiezan a sentir pasos de animal grande y a reconsiderar ajustes drásticos para solventar la crisis.
Difícil se vislumbra la situación para la industria turística en general, pero ante una coyuntura tan compleja e incierta, resulta necesario priorizar la salud pública sobre cualquier interés económico para evitar la catástrofe sanitaria que, por su inacción inicial, hoy sufre Italia, o la que podría vivir el Reino Unido, donde la incógnita de la ecuación se puso en la expresión contraria.
Cerrarle fronteras al letal virus, esa endemoniada pandemia universal, era una alternativa inaplazable y responsable que, sin duda, impactará seriamente, con impredecibles costos, en la salud económica de sector. Pero ante el eventual riesgo de un aterrizaje forzado, el sector tendrá que mostrar su capacidad de resiliencia, una vez más.
Posdata. Lo pronosticó Bill Gates, en 2005, a raíz del mortal brote del ébola: “Si algo ha de matar a más de diez millones de personas en las próximas décadas, posiblemente será un virus muy infeccioso, más que una guerra. No misiles sino microbios. La razón es que se han invertido enormes cantidades en disuasivos nucleares, pero muy poco en sistemas para detener las epidemias”.