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Retórica ambigua

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Gonzalo Silva Rivas
03 de diciembre de 2014 - 04:00 a. m.
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La isla de Gorgona es uno de los rincones más bellos y relajantes que tiene el país, con asombrosa diversidad de flora y fauna y sucesión de hermosas playas, características que la convierten en destino ideal para las prácticas de ecoturismo y buceo.

Su banco coralino es único y fantástico, y su mar circundante resulta ser un maravilloso espectáculo, particularmente durante los últimos meses del año cuando, entre oleadas de tiburones, las ballenas jorobadas se apropian de sus aguas cristalinas para aparearse y dar a luz.

En 1984, luego de 24 años de servir como prisión de máxima seguridad, el presidente Betancur le clausuró esa deplorable finalidad, y la propia naturaleza continuó su trabajo de redimirse y devorar las impenetrables instalaciones carcelarias para ocultar los vestigios de tantas infamias ocurridas en su interior. Meses después fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, y en 1985 entró a formar parte de la preferencial lista de los 52 parques naturales de Colombia.

Desde su apertura al turismo, la accidentada geografía de la Gorgona se ha erigido como un centro de atracción para los viajeros, con proyecciones de crecimiento gradual. Cerca de 3.000 turistas la visitaron en los primeros diez meses del año, una sexta parte más que en 2013. Pero el inexplicable atentado terrorista de las Farc, ocurrido en días pasados, que obligó a suspender sus servicios, constituye un acto demencial que pone en riesgo el posicionamiento de este paraíso tropical en los catálogos internacionales del turismo.

Tal cual lo advierten los gremios del sector, lo registrado en la isla no es un atentado contra la fuerza pública sino contra la economía de la región, como bien lo señala Anato, y es un hecho que además de poner en entredicho el trabajo de promoción internacional, amedrenta a los visitantes, conforme lo declara Cotelco.

El terrorismo ejercido por las Farc no solo golpea objetivos militares sino blancos civiles, y ahuyenta a nuestros potenciales visitantes, como sucedió durante un par de décadas, cuando el país pareció sucumbir ante las violentas arremetidas de la guerrilla. A partir del gobierno Uribe, a comienzos de siglo, la seguridad logró recomponerse y con el estímulo de un nuevo horizonte empezó la recuperación parcial del flujo de turistas.

La industria turística es particularmente sensible y vulnerable a los actos criminales y ejerce un efecto multiplicador negativo en todos los sectores vinculantes. Los viajeros eligen destinos seguros, y cuando el turismo cae en las redes del terrorismo, en lugar de ser un instrumento esencial para diversificar la economía, como suele suceder en muchos de los países en vías de desarrollo, genera elevados niveles de afectación, con lastres de imagen, retiro de inversiones, caída de divisas y pérdidas de empleo.

Por eso, resulta inexplicable la insensatez e irracionalidad de las Farc que -sentada alrededor de una mesa de conversaciones en La Habana- dice buscar acuerdos de paz, mientras a punta de bombas hace explotar un sector económico estratégico que contribuye a marcar el camino para el desarrollo social. La isla Gorgona debería proyectarse como lo que es: un modelo de interrelación pacífica entre el hombre y la naturaleza. Y no ser tomada como trofeo de guerra por parte de una insurgencia demencial que abusa de una retórica ambigua.     

gsilvarivas@gmail.com

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