Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Los retos que tiene Santa Marta para recobrar su protagonismo como tradicional destino turístico del país son complejos e inaplazables.
Hace mucho tiempo la ciudad se volvió insostenible en lo urbanístico, en lo ambiental, en lo económico y –como resultado de las anteriores variables- en lo social. La politiquería, la corrupción, la falta de gerencia pública y la desidia administrativa le quitaron impulso a su competitividad y la llamada “Perla de Oro” perdió su brillo.
La capital del Magdalena, que en alguna época daba correctas brazadas de estilo libre para atraer turistas, competiéndole a Cartagena y San Andrés, sumergió la cabeza dentro de las contaminadas aguas de la incompetencia oficial, y se quedó sin aire. El actual alcalde, Carlos Caicedo -aseguran algunos dirigentes- trata de buscarle el norte, pero la crisis de su modelo urbano requerirá de la voluntad política de una cadena de burgomaestres para impulsar un plan de desarrollo coherente que se transforme en política pública.
Excluyendo sus dos suntuosos y restringidos parques naturales, el Tayrona y la Sierra Nevada, Santa Marta tiene poco que mostrarle al turista. Salvo unos cuantos excelentes hoteles, esta urbe alargada, que ha crecido sin planificación alguna -carente de eficientes servicios básicos, asediada por la informalidad e inundada por corrientes migratorias asentadas anormalmente entre cerros, bosques primarios y rondas de ríos y quebradas-, pocas posibilidades ofrece para anclar el interés de los visitantes. Se ha convertido en un desapacible destino con mínimas oportunidades para el aprovechamiento turístico.
En las áreas turísticas de Bello Horizonte y Pozos Colorados se construye vivienda suntuosa y social y se levantan modernos hoteles, sin seguimiento a una planificación urbana con visión de futuro. Cada propietario edifica a su albedrío, bajo la vista gorda de las curadurías, en un crecimiento de ciudad asociado a desarrollos particulares, que avanza sin consideraciones de trazados viales o de priorización de redes de energía, acueducto y alcantarillado. La discusión de un Plan de Ordenamiento Territorial no ha sido sencilla, pero comienza a madurar urgencias como aquella tan necesaria de definir los usos del suelo para ponerle camisa de fuerza al gigantismo de una ciudad que se destruye dentro de su propia anarquía.
El sector urbano y el centro histórico se debaten entre la confusión y el asedio que produce la inclemente invasión de su espacio público, la profusión de vendedores ambulantes, el caos del tráfico y el transporte, y el deterioro de los inmuebles patrimoniales. El Rodadero dejó atrás su cálido encanto, con sus frágiles playas afectadas por basuras y congestión. La bella capital samaria -que sorprende tan gratamente cuando a primera vista se descubren sus contrastes geográficos, entre las soleadas playas de la bahía y los helados picos de la Sierra Nevada- se apaga, frente a la apatía ciudadana y la ineficiencia de una clase política que alimentó su crecimiento sin planeación, sin equidad y sin consideración alguna con su alucinante riqueza natural y ambiental.
Sus próximos administradores tienen la responsabilidad histórica de darle un viraje al modelo de ciudad para corregir las tantas falencias que genera su azaroso desarrollo y darle alentadoras expectativas a una urbe que lo tiene todo para ser el principal atractivo turístico del Caribe. De lo contrario, -recordando la historia de Don Joaquín de Mier y Benítez, en el siglo XIX, quien por falta de línea férrea no pudo operar su tren allí, en la zona bananera-, habría que repetirse aquella pegajosa y premonitoria estrofa de Los Wawancó: “… Si no fuera por las olas, caramba, Santa Marta moriría”.
gsilvarivas@gmail.com
