La música como recurso turístico es una de las manifestaciones del consumo de masas que más estimula el desarrollo de esta industria en los tiempos modernos.
Forma parte generalizada de un sugestivo catálogo de excelentes razones que ofrecen varios de los principales destinos del mundo para atraer viajeros, seducirlos mediante un cadencioso universo de ritmos y paisajes, y poner a buen recaudo las millonarias divisas dejadas por los melómanos.
El turismo musical encierra la magia que provoca mezclar un doble motivo de intereses. Por un lado el placer que despierta el atractivo turístico, y por el otro el disfrute que irradia esa envolvente pasión artística y estética que desata la música. Los dos pegaditos le imprimen un particular sello de emoción a la experiencia de viajar y le dan forma a un excelente gancho comercial para atraer jugosos flujos de visitantes.
Multitudinarios conciertos movilizan frecuentemente millares de seguidores, así como numerosas capitales, estilo Miami, Río, New Orleans, Memphis, Barcelona, Madrid, Viena o Praga, son fuente de inspiración para amantes de la música, cautivados por festivales estelares o por imperecederos autores, intérpretes o géneros que han marcado impronta en la historia de la música. Inglaterra, patria de roqueros legendarios, desentraña una red de doscientos sitios asociados con sus grandes bandas, cuyo cordón umbilical es la emblemática Liverpool, cuna de los inmortales Beatles.
En el continente, uno de los festivales más jóvenes y atrayentes es el Curazao North Sea Jazz, que en septiembre próximo le sube telones a su séptima versión. Inspirado en el célebre Festival Jazz del Mar del Norte, en Rotterdam, alzó rápido vuelo para posicionarse en lugar privilegiado dentro del variado pentagrama caribeño, donde con finos y melódicos acordes les disputa la codiciada cúspide del ranking a las animadas veladas de Santa Lucía, al Carnaval de Trinidad y al alucinante Reggae Sunsplash jamaiquino, los certámenes que marcaban la popularidad en la región.
Curazao le puso el ojo a una de sus bajas temporadas turísticas y para tapar el hueco le dio forma a un exitoso producto, que año tras año incrementa los ingresos de divisas y visitantes. Durante su lanzamiento, en 2010, en solo dos días el festival produjo un impacto económico de US$4 mil millones, barrera ampliamente superada en 2015, con un día adicional y el ingreso de US$16 mil millones. La línea de crecimiento se ve reflejada en un progresivo aumento de las estadías de visitantes y proyecta inmejorables expectativas futuras.
La apuesta de condimentar sus paradisiacas playas y su increíble entorno natural con un magistral espectáculo en vivo, le ha permitido potenciar una creativa propuesta turística que trasciende su tradicional y reconocido producto de sol y arena. Los múltiples eventos puestos en escena al aire libre, por fuera del festival, con presencia de renombrados artistas internacionales, del corte de John Legend, Sting, Carlos Santana, Alicia Keys o Juanes, desbordan oleadas de locura a lo largo de las vibrantes calles y cálidas playas con olor a puerto en Willemstad y se convierten en imborrable experiencia colectiva.
Festivales, como este de Curazao, abierto al público, económico, con una sazonada programación de entretenimiento añadida, permiten sacarle las mejores notas a un efímero patrimonio cultural y resultan ser estratégicas alternativas para sumarle valor agregado a los destinos al incorporarlos como atractivo de marca. Demuestran que agregarle armónicos decibelios a hermosas pinceladas de paisaje -empaquetando un producto turístico competitivo- da como resultado una original y melodiosa fórmula para que a la industria… le suene la flauta.
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