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La reactivación de la industria turística dependerá del ritmo de la vacunación en el mundo, un proceso que hasta ahora empieza a tomar vuelo y que lejos está de cerrarle la página al amargo capítulo por el que atraviesa la humanidad. El inicio de las inmunizaciones alimenta las expectativas de este sector económico, dramáticamente golpeado por la pandemia, que, por su globalización e impacto social, es en extremo sensible a los desastres naturales y humanos. Y tal como sucede en la coyuntura actual, suele ser el primer damnificado y el último en reponerse.
En 2020, el peor año de su historia, el turismo dejó sus finanzas en rojo. Cerró con mil millones de llegadas internacionales menos que en 2019 y acumuló pérdidas por 1,3 billones de dólares en ingresos, retrocediendo en sus resultados a los niveles que registraba en la década de los noventa. De acuerdo con la Organización Mundial de Turismo (OMT), la caída en el volumen de turistas -con relación a la misma vigencia- alcanzó el 74%, un desplome sin precedentes, ocasionado por las restricciones aéreas y el cierre, tanto de los atractivos como de las fronteras aéreas y marítimas.
Al revisarse el reciente Barómetro del Turismo Mundial sobresale que el detrimento en los ingresos del sector superó en once veces el producido durante la crisis económica global de 2009 -hasta entonces el peor sacudón que había enfrentado-, con graves repercusiones en las finanzas empresariales y en el campo laboral. En este último, sin contar los millones de empleos turísticos que han desaparecido del mercado, sigue latente una seria amenaza sobre la suerte de otras 100 millones de plazas de trabajo alrededor del planeta.
En consecuencia, tras la aparición de la vacuna contra la COVID-19 -una verdadera gesta por la rapidez con la que ha sido producida-, su rápida y masiva aplicación será el punto de quiebre que permita estimular la reactivación turística, mientras se asegura el principio de la solución, posiblemente cuando el planeta logre coronar la carrera hacia la inmunidad de rebaño. Sin embargo, el camino por recorrer no parece corto ni fácil, dado que la demanda mundial de vacunas supera a la oferta, escenario que conduce a retrasos e incumplimientos de los consorcios y grandes laboratorios fabricantes y provoca, de paso, inquietante escasez en el surtido de las inyecciones.
Un escenario ciertamente azaroso que provoca nerviosismo y preocupación entre los distintos eslabones del sector, confiados en salvar alguna parte de la actividad en este año y empezar a mover registradora, a partir de la temporada de verano, como se espera, por ejemplo, en países europeos del corte de España o Francia, en los que el turismo es motor estratégico de sus economías.
Pero a las coyunturales limitantes de la fabricación para emprender el repunte global del turismo y, en general, de la economía, se le suma un problema de envergadura mayor: la tremenda desigualdad en el proceso de abastecimiento de la vacuna, que prolonga el actual estado de crisis y deja un umbroso panorama de inseguridad en extensas regiones del mundo. Según el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, el 75% de las inmunizaciones comercializadas y aplicadas hasta el momento se concentra en solo diez países, todos ellos con el rótulo de desarrollados.
El resto de naciones ha recibido escasas dosis del inmunizante -en algunas de ellas no las conocen-, consecuencia del desmedido interés económico de los laboratorios y del injusto y equivocado nacionalismo de potencias que acaparan un mercado caótico y descoordinado. Una estrategia, sin duda, equivocada en un planeta interrelacionado y globalizado. Mientras la enfermedad continúe siendo foco de alto riesgo en cualquier parte del mundo, la pandemia seguirá diseminándose, se prolongará y cualquier plan de vacunación perderá efectividad. Ninguna frontera será inmune y las restricciones a la movilidad tendrán que revivirse obligatoriamente. Un juego político y estratégico inútil que podría resultar siendo la receta ideal para el desastre no solo del turismo, sino de la propia humanidad.
Ante el viacrucis que se vive con los fabricantes occidentales, las inyecciones rusa y china, que tanta alergia producen en ciertos gobiernos, como el colombiano, donde prima el discurso anti castrochavista, hoy por hoy, podrían convertirse en la principal opción para la comunidad internacional, en particular América Latina, región para la que los expertos predicen que la última ola de distribución de los inoculantes podría estar llegando hacia los finales de 2023.
La efectividad de la vacuna necesariamente dependerá de una producción y de un suministro suficientes, una distribución equitativa y una rápida inoculación. Darle eficiencia al cumplimiento de estos protocolos evitará mantener la postración de la industria, profundizar sus restricciones y continuar sobrevolando por las perturbadoras cifras de 2020. Situación apremiante, de tenerse en cuenta que en el mejor de los escenarios, regresar a los positivos balances de 2019 podría tardar entre tres y cuatro años.
El caso de Colombia no es alentador. Está en la larga lista de países que se han quedado a la zaga en la distribución, resultado de tardíos acuerdos comerciales y de un vacilante manejo de la pandemia. Mientras la inoculación avance a cuenta gotas, nuestro turismo será una actividad marginal, ensombrecida por los temores y la desconfianza, lejos de aquel boom, que marcaba la pauta durante el último quinquenio. En consecuencia, mientras se le baja la nota a la parafernalia y al folclorismo oficial, deberá subírsele el ritmo a las negociaciones y a la inmunización, la única fórmula para aplicarle, literalmente, una inyección de optimismo a esta industria tan sobresaltada.
