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Suculento postre

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Gonzalo Silva Rivas
23 de septiembre de 2015 - 02:43 a. m.
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Un calificado escenario para visibilizar la imagen del país y comprometer los esfuerzos nacionales hacia la búsqueda de la paz, resultó ser la Asamblea de la Organización Mundial del Turismo, realizada en Medellín.

Los delegados de las 113 naciones asistentes -entre ellos más de medio centenar de ministros del sector- le ofrecieron su voto de confianza a Colombia, y seguramente llevarán por el mundo un mensaje de experiencia alentador, que suma dentro de ese gradual cambio de percepción internacional logrado en la última década.

La OMT tiene al país en su foco desde hace algunos años, hasta el punto de que lo escogió como tema de estudio para demostrar la drástica recuperación que puede darse en la imagen de un destino y la manera en que una transformación positiva conlleva beneficios para el crecimiento de la industria. Del menos del millón de turistas recibidos en la pasada transición de siglos, durante la profunda crisis que nos borró del portafolio global, se ha superado en tiempos recientes la barrera de los cuatro millones de visitantes del extranjero, un logro directamente relacionado con la mirada que se recibe desde el exterior.

Las políticas de seguridad implementadas desde 2006 han sido fundamentales y generadoras del sustancial aumento de viajeros. Publicaciones prestigiosas de Europa y Estados Unidos vienen dando un viraje a su información, y muy a menudo relacionan destinos colombianos en su guía de sitios preferidos e invitan a sus lectores a visitarlos. El Departamento de Estado gringo sacó al país de su lista roja, y lo incluye ahora entre los lugares viables para realizar turismo, negocios, estudios universitarios y trabajo voluntario. La Unión Europea lo incorporará a su área de influencia con la cercana eliminación de visas para estancias cortas, y el fin de semana una delegación compuesta por treinta de los mayores empresarios españoles manifestó en Cartagena su interés por aumentar la inversión destinada a impulsar nuestra industria sin chimeneas.

La estabilidad la da la paz, y de ahí que el turismo sea el sector más sensible ante los detonantes de la guerra. Mientras que en los momentos de incertidumbre buena parte de los renglones de exportación se afectan con cierta temporalidad, la industria turística sufre el mayor impacto y demora más tiempo en superar consecuencias y en restablecer confianzas. En este último aspecto, como lo reportan las cifras, se vienen dando los primeros pasos.

De lograrse el acuerdo de paz que se discute en La Habana desde 2012, se le abre un puñado de posibilidades al mercado turístico. Numerosas zonas afectadas por la violencia y perdidas para el disfrute de los viajeros en el Meta, Caquetá, Guainía o Vichada o en la extensa red de 58 parques naturales que ocupa el 12% del territorio colombiano, podrán incorporarse plenamente al servicio y multiplicar tanto los flujos de viajeros como sus ingresos. En los últimos cuatro años estos últimos superaron los US$4 mil millones, dándole a la industria un sorprendente empujón que la coloca en el segundo eslabón generador de divisas, después del petróleo y por encima del carbón.

El fin de la confrontación armada proyecta para el país un incremento del 20% de turistas, según lo anunciado por el Gobierno Nacional, cifra que coincide con la que un año atrás reveló el entonces director del Instituto de Turismo de Bogotá, Luis Fernando Rosas Londoño -hoy aspirante al Concejo-, quien además le vaticinó a la capital de la República un repunte de 4.5% al PIB local, gracias a un aumento superior a los 200 mil visitantes extranjeros.

El turismo promete convertirse, pues, en un componente fundamental y decisivo para la etapa del posconflicto por cuanto a través suyo será posible redescubrir al país y poner en marcha políticas de inclusión social y de desarrollo económico. De un millón 500 mil empleos podrá saltarse a los dos millones, creando posibilidades laborales para los desplazados. Pero servirá también para reactivar las frágiles economías de apartados rincones geográficos sumidos en la desesperanza; combatir la pobreza y la marginalización; reducir la desigualdad, y estimular la convivencia.

En Medellín, el secretario de la OMT, Taleb Rifai, aludió al poder intrínseco que tiene el turismo para transformar la vida de las personas. En el caso colombiano la paz produciría un efecto positivo hacia dicho propósito, siempre y cuando la guerrilla ponga fin a la demencial aventura de medio siglo que le ha impedido a esta industria convertirse en eficaz herramienta para jalonar el desarrollo económico y social. Aunque la reconciliación obligará al país a tragarse ciertos sapos, el despegue turístico será buen antídoto para evitar la indigestión, haciendo las veces de un suculento y saludable postre.

gsilvarivas@gmail.com

 

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