Publicidad

“Trabarse” con el paisaje

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Gonzalo Silva Rivas
15 de junio de 2016 - 02:00 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

La presencia de extranjeros en el sector de El Bronx visibiliza la existencia de una oferta turística ilegal que se extiende por varias de nuestras ciudades.

No solo Bogotá, sino Medellín, Cartagena, Santa Marta, Cali, las capitales del Eje Cafetero y otras urbes intermedias ofrecen a los visitantes servicios clandestinos de sexo y drogas. En su bajo mundo se desenvuelve una oscura industria paralela controlada por carteles del narcotráfico y enmarcada dentro de un temible escenario de violencia y de acelerada descomposición del tejido social.

Bogotá, aparte del calamitoso Bronx, ha visto resurgir los Party Hostel en el colonial sector de La Candelaria, donde los huéspedes tienen licencia para el consumo de estupefacientes. Sucede lo mismo en Medellín, en el residencial barrio El Poblado, donde además, por menos de 50 dólares, se comercializa un Pablo Escobar Tour, con cuatro horas de recorrido por los emblemáticos sitios donde transcurrió la vida del narcotraficante. Y la Sierra Nevada de Santa Marta es epicentro de travesías por cultivos ilícitos y cocinas de cocaína mimetizadas entre las frondosas selvas que bordean la Ciudad Perdida.

El turismo ilícito de drogas, así como el tráfico de estas, permeabiliza a las naciones productoras y su paso destructor agrava las desigualdades sociales y culturales e impacta el medio ambiente, al tiempo que engorda los bolsillos de los grupos criminales. Países asiáticos como India, Tailandia, Birmania, Afganistán o Laos, la región andina y México son referentes de gran atractivo para los consumidores, en su mayoría jóvenes aventureros de altos ingresos, animados por los módicos precios del mercado.

Agencias de viajes piratas con tentáculos en naciones consumidoras comercializan visitas guiadas, una propuesta poco convencional que invita a descubrir nuevas experiencias basadas en las duras realidades de los destinos. En México, donde narcotráfico y crimen organizado conforman un tequila explosivo, surgió un velado catálogo de “rutas exóticas” por lugares de confrontación con los carteles o que están bajo su control. Entre ellas una solicitada excursión al tradicional barrio de Tepito, popular y legendaria vecindad capitalina venida a menos por la invasión de delincuentes, traficantes y contrabandistas.

El narcoturismo crece a pasos agigantados y se consolida como una poderosa fuente de ingresos en el mercado negro, pero tan grave como los dañinos efectos que produce su ilegalidad es que son los grupos al margen de la ley sus principales beneficiarios. De acuerdo con las Naciones Unidas, genera más de US$500 mil millones anuales, algo así como el 10 por ciento del comercio mundial.

Holanda, en 1976, con la despenalización de la venta de marihuana -la sustancia más consumida en el mundo, según la OMS por más de 300 millones de personas- abrió camino a una modélica política de salud pública y de prevención del consumo y convirtió el alarmante fenómeno en un importante flujo de caja.

Sus “coffee shops”, sometidos a una estricta regulación que garantiza estándares de higiene, calidad y seguridad, son motivo de atracción para los turistas, y contrario a lo que podría pensarse, ha reducido el consumo local por debajo de la media europea.

La prohibición no produce los resultados esperados. Impulsa una guerra imposible de ganar que devora cuantiosos y privilegiados recursos en una costosa lucha sin fondo contra el crimen, incentiva el accionar mafioso, estimula la clandestinidad, corrompe las instituciones, eleva los índices de mortalidad, acrecienta la problemática social y restringe las libertades ciudadanas. Los destinos que se han sumado a la legalización, al contario, revierten los ingresos económicos con aumento de impuestos y formalización laboral, y minimizan tanto el poder económico de las mafias como la red de corrupción política, judicial y policial que parasita a su alrededor.

El turismo es una actividad dinámica, adaptable a la sociedad de consumo que se mueve entre novedades. Y mientras se define una política realista sobre el tema de las drogas, con políticas públicas efectivas y adecuado tratamiento a drogadictos, tendrá frente a sí el enorme reto de empaquetar alternativas para que ciertos turistas -en lugar de venir por estas tierras a echarse sus “viajecitos”- se puedan dar la “traba” con un adictivo paisaje natural.

gsilvarivas@gmail.com

@Gsilvar5
 

Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.