Si se pretende incrementar el flujo de turismo extranjero en el país deberán buscársele soluciones urgentes y de corto plazo a los problemas de movilidad.
No hay ciudad grande ni mediana que se escape de este drama cotidiano que afecta la calidad de vida, cobra anualmente el 2% del PIB, y ahuyenta a los potenciales viajeros, temerosos de enfrentar el caótico panorama de un tráfico urbano que impacta de manera negativa las experiencias de un destino placentero y confortable.
El caos acosa por donde se le mire. Barranquilla, Santa Marta, Montería, Cúcuta, Pereira, Armenia o Ibagué. Bogotá sufre un despelote total. Cali aumenta el tiempo de los desplazamientos en 55%, Bucaramanga, en 46%, y Cartagena contabiliza el doble de demora en los recorridos con respecto a 2015. Medellín, donde se cuenta con el más completo sistema de transporte público del país, tampoco se salva de los trancones que en horas pico paralizan importantes arterias como las vías Paralela y Oriental.
Las causas son múltiples y conocidas pero la acción gubernamental no aparece. En las principales ciudades los sistemas masivos nada que cuajan y el parque automotor se duplica o triplica, con alza desenfrenada en la circulación de motos. Las redes de semaforización ventilan décadas de atraso, y la infraestructura, además de precaria, no muestra mayor crecimiento en la ampliación de malla vial o en la reducción del deterioro asfáltico.
El caso de Bogotá, puerta de entrada al país, es patético. El Sistema Integral de Transporte está en parálisis y Transmilenio se agota como la solución salomónica. La anarquía vivida hace pocos días en varios puntos de la ciudad con millonarias pérdidas en estaciones y articulados -parecida a la que enfrentó Petro hacia 2012- advierten que el problema se mantiene entre brasas y tiende a agravarse, sin encontrar cura para la crisis gerencial que vive el sector.
El sistema se quedó sin aire para desarrollarse, sostenerse y más aún para innovarse. De 254 kms de troncales contemplados para 2011, la ciudad apenas cruzó el umbral de los 86 kms, debido a la corrupción, la ineficiencia y la polarización política, que frenaron la marcha de su expansión en la última década. Los articulados recogieron los lastres del viejo servicio de buses públicos del siglo pasado y en medio de tumultos facilitaron el campo de acción de vendedores, limosneros, ladrones y abusadores, haciendo del abandono un factor de inseguridad.
Los paños de agua tibia de finales de año, con la adquisición de puertas anti-colados, resultó otro costoso fiasco que solo sirvió para aumentar la contaminación sonora de las jaulas humana en las que se convierten las estaciones. En el Concejo se acaba de denunciar que de las 2.589 puertas que suman las 135 estaciones de las troncales, 549 se encuentran dañadas, es decir, el 21.2% del total. Las más usadas por los turistas, las de la autopista Norte y el Eje Ambiental, suben a 26% su nivel de afectación.
Dentro de este oscuro entramado que pone en jaque la movilidad de la ciudad y la tranquilidad ciudadana, solo una docena de inversionistas privados -contratistas de la concesión- canta victoria y viaja en avión. Sin cumplir con su única obligación -la de renovar el parque automotor- recibe el 96% de los ingresos, mientras la administración distrital, que apenas obtiene el 4% y se echó encima la carga de construir y mantener la infraestructura, no reacciona con rapidez para darle vuelta a la torta.
Mala experiencia para un turista que llega a una ciudad desarticulada, con mínimas y deficientes opciones para desplazase dentro de un modelo de transporte inseguro que le consume la mitad del tiempo de viaje. Al alcalde Peñalosa no le queda más alternativa que desempacar y priorizar su ambicioso “megaplan” de obras, anunciado en campaña -que contempla la construcción del metro- para sacar a la ciudad de este agujero negro que devora las intenciones de los potenciales visitantes.
Resulta insólito que mientras los encargados de la seguridad nacional levantan fácilmente toda una compleja y ensortijada Comunidad del Anillo, nuestros gobernantes locales sean tan poco capaces de solucionar los problemas de movilidad, construyendo -al menos- un simple anillo vial en cada una de sus municipalidades.
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