En los últimos ocho años, Colombia dio un salto doble en materia de exención de visas dentro del concierto internacional.
De 48 países que hasta hace poco les permitían a nuestros turistas ingresar libremente a sus territorios, sin tener que surtir aquel incómodo, costoso y muchas veces demorado trámite burocrático para obtener un permiso oficial, la cifra pasó a 103, y recientemente uno de ellos, Francia, nos dio de ñapa sus siete territorios de ultramar para visitarlos sin autorización previa, como antes lo hizo Holanda con sus pequeñas islas que conforman las Antillas Neerlandesas.
Con el impulso estelar de diciembre pasado, cuando se aprobó el acuerdo de exención con 26 naciones de la Unión Europea y otras cuatro más del Viejo continente, se abandonaron los penosos sótanos del ranking mundial sobre control de fronteras. El reciente informe divulgado por la consultora Henley & Partners, realizado en cooperación con la IATA, destaca este avance que, aunque significativo, nos mantiene todavía por fuera del punto de mira de más medio mundo, donde las barreras migratorias siguen en pie.
Colombia se ubica en el décimo cuarto lugar de América Latina y en el quincuagésimo del mundo dentro del escalafón de ciudadanos que pueden viajar por el planeta sin necesidad de visado, tomando como referencia 194 países reconocidos oficialmente y una veintena de regiones autóctonas. De 48 gobiernos que nos eximían de restricciones en 2008, se pasó a 66 en 2014, número que se estiró a 103 este año, doblando la tajada de mejores amigos, y de paso escalando las posiciones que ocupaban los vecinos andinos de Perú, Ecuador y Bolivia, que por bastantes años tuvieron unas relaciones internacionales más privilegiadas.
Aunque la imposición de visas puede interpretarse como una medida discriminatoria, corresponde a un derecho soberano que tienen los Estados de determinar quiénes entran a sus territorios, en aras de controlar una migración ordenada, que garantice tranquilidad para residentes y migrantes. Es por ello que las principales referencias para aplicarla se enfocan sobre los aspectos económicos y de seguridad, materias en las que por estos lados se avanza de grano en grano.
El aislamiento que sufrió el país por causa del narcotráfico, producto de los oscuros tiempos de Pablo Escobar y su séquito de capos, impuso una estigmatización que cede, al ritmo que abre fronteras. Hoy la imagen se percibe con tonos distintos, más moderados y confiables que los que quedaron atrapados durante aquella oleada de violencia. Por eso los intentos de arreglar la casa, meterle dientes al orden público y enfrentar los vaivenes de la economía son señales que le ponen luz verde al cambio de percepción y contribuyen a normalizar y a fortalecer las relaciones comerciales.
Un exitoso acuerdo de paz en La Habana generaría positivas implicaciones en seguridad, inversiones y dinámica económica, y le permitiría al país dar mayores saltos en el ranking de las exenciones de visado. El conflicto armado ha sido un poderoso freno para el desarrollo del turismo por cuanto nos impide sacarle provecho sostenible a un extenso, atractivo e inexplotado escenario turístico de grandes potencialidades, con suficiente capacidad de prenderle turbinas a la economía y estratégico para poner a volar la imagen.
Alemania, Suecia, Estados Unidos, Japón, Francia, Italia y España tienen los mejores pasaportes -según la firma consultora- capaces de abrir fronteras en casi todos los rincones del mundo. Sus gobiernos nos enseñan que cuando se superan las dificultades, se le apunta al desarrollo, se armonizan las sociedades y se le apuesta al turismo, los países reciben menos visas y más divisas.
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