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Cierto es que la llegada de viajeros internacionales sigue aumentando en el país, pero también lo es que su crecimiento no se registra tan rápido y significativo como se quisiera.
La explicación podría darse alrededor de los factores que afectan el desenvolvimiento de nuestra industria, especialmente dos de ellos, frecuentes a considerar para la escogencia de un buen destino de viaje. Uno es el problema de imagen que aún subsiste. El otro, las debilidades competitivas de nuestro producto turístico.
El embate de las organizaciones armadas ilegales que persiste en varias zonas del país sigue pesando duro en el ambiente internacional y nos mantiene dentro de un estereotipo que genera prevenciones en el visitante. La seguridad, por tanto, es factor determinante para la renovación de la imagen. De consolidarse, se abriría camino para el crecimiento del turismo, industria que le irriga cada vez más dividendos a la economía nacional.
Redireccionar el rumbo hacia la búsqueda de la paz, la equidad social y el pluralismo en todos los aspectos debe ser la estrategia correcta del gobierno y de la sociedad civil para proyectar positivamente una imagen aleccionadora y confiable que produzca réditos en la percepción global. Y buena parte de la solución se encuentra hoy en La Habana.
Por el lado del producto turístico, más que fortalezas, son las debilidades las que rondan y afectan su nivel de competitividad. La considerable cantidad de atractivos naturales y culturales que tiene el país y que podrían sentar la diferencia en el mercado mundial poco o nada se aprovechan. La ausencia de una cultura turística, la indolencia oficial, marcadamente acentuada en los entes regionales y municipales; la tímida participación de las entidades privadas y la anémica inclusión de las comunidades a proyectos locales, son otra fracción de inconsistencias que van a contrapelo del desarrollo turístico nacional.
Gran parte de nuestros recursos naturales con vocación turística no cuenta con estudios de factibilidad, planes de desarrollo ni controles formales de autoridad que comprometan su sostenibilidad. Con ello se coloca en alto riesgo tanto su calidad como su propia existencia. Igual sucede con los recursos culturales. En pueblos y ciudades, numerosos son los monumentos, iglesias, parques y demás joyas del patrimonio cultural que yacen abandonadas o en vías de destrucción, sin que aparezca doliente alguno que las rescate.
Para hacer competitivo el producto turístico es indispensable meterle el hombro a la gestión de destino en cada región y de paso sumarle buena cantidad de recursos. Si la industria sigue en el papel de cenicienta, sin prioridad dentro de los planes de gobierno, y perduran los esfuerzos desarticulados de entes estatales y prestadores de servicios, nos mantendremos inmersos en la tabla media del ranking mundial de competitividad turística. Viendo a los vecinos crecer mientras esperamos un príncipe con la zapatilla de cristal.
gsilvarivas@gmail.com
