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¡Abajo cadenas!, ¡abajo cadenas!

Guillermo Angulo
14 de julio de 2020 - 05:00 a. m.

Los venezolanos tienen dos presidentes: uno, Nicolás Maduro, ganó el poder a través de elecciones, no se sabe —ni es posible saberlo— qué tan legales o ilegales fueron. El otro presidente venezolano se llama Juan Guaidó, más o menos autoproclamado y, a pesar de no haber sido electo, apoyado por una parte de los venezolanos, con el beneplácito de 54 países que lo reconocen como presidente legítimo. Incluyendo a Trump, que ganó la presidencia con menos votos que su contrincante Hillary Clinton, y ahora ve a Guaidó como un dirigente débil, indeciso, sin ningún poder. (¿Qué come que adivina?).

Guaidó no puede ejercer como presidente. Cuando Colombia le ha hecho peticiones, nos hemos cubierto de ridículo y el venezolano se ha quedado callado para no confesar que carece de poder.

Y si le prestaron poder para impedir que Maduro dispusiera de las 31 toneladas de oro que su país tiene depositadas en el Banco de Inglaterra, no podrá vender ni una sola onza.

También entre nosotros hay dudas sobre la elección presidencial, pero si Gustavo Petro se autodeclarara presiente de Colombia —alegando que la elección de Duque fue parcialmente ganada con votos comprados—, sería un presidente ilegal.

El torpe intento de invadir a Venezuela y coger preso a Maduro (ganando de paso US$5 millones) pareció inventado y ejecutado por Los Tres Chiflados. Fue un total fracaso: algunos de los participantes murieron; otros fueron hechos prisioneros —entre ellos, varios gringos—, y, en lugar de que los llamaran los nuevos libertadores, pasaron a ser simples mercenarios.

Como perdieron, todo el mundo niega su participación, empezando por el nefasto J. J. Rendón, otro lanza libre al servicio de políticos de todas las tendencias, se apelliden Peña Nieto, Santos o Uribe.

Maduro se ríe de los opositores, sabiendo que no tienen ningún chance de tumbarlo, y los llama “los escuálidos”, contra quienes encontró la malévola venganza legal perfecta: hablarles por televisión cuando él quiera, interrumpiendo sus programas recreativos.

Existe en Venezuela la antidemocrática obligatoriedad de interrumpir toda programación de radio y televisión cuando el presidente quiera hablar. A estas imposiciones les dicen popularmente “las cadenas”.

En un principio eran interesantes, cuando servían para comunicar novedades. Pero la gente se fue acostumbrando y cansando de ellas, de su repetición, de las metidas de pata del improvisado presentador de televisión, de ver a Maduro que cuando perdió el miedo a las cámaras empezó a hacer chistes que solo hacían reír a los chavistas más convencidos. El único que permanecía serio, esperando su turno, era Diosdado Cabello, llamado por “los escuálidos” God-given Hair.

Los opositores (al igual que los chavistas) ya no aguantan más cadenas y han decidido cantar el himno venezolano dándole un sentido completamente distinto, y entonarlo pensando en el abuso de la televisión:

¡Abajo cadenas!, ¡abajo cadenas!

Gritaba el señor.

Y el pobre en su choza

libertad pidió.

 

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