Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
(Una mirada al gobierno de Gustavo Petro, a un año de su finalización).
El presidente Petro es un dirigente político sagaz, hábil; un líder popular que se crece ante la adversidad o frente a una tribuna, donde se emociona y se deja llevar por el verbo. Desde hace tres años pone a diario la agenda nacional y ha echado a andar cambios que comienzan a transformar el país en beneficio de amplios sectores, a pesar de la férrea oposición del poder tradicional, acostumbrado a manejar lo público a su antojo.
Además de la implacable oposición externa, el presidente es terco, cerrado en sí mismo y parece que solo escucha a su alter ego, “Petrosky”, que cuando se alborota pelea hasta con su sombra y si escribe tuits en la madrugada nos pone a temblar. He llegado a pensar que el principal saboteador del gobierno es el propio Petro, pero esa sensación pasa rápido cuando observo a sus contradictores. Basta con que el presidente proponga una reforma para que los poderes de siempre traten de bloquearla a través de sus políticos, sus medios de comunicación y sus organizaciones gremiales. El poder tradicional no quiere ceder un ápice.
El cerco que han construido contra el gobierno los medios masivos, con contadas excepciones, no tiene comparación en la historia reciente. Gota a gota, día a día buscan desgastarlo, no solo desconociendo sus logros, sino muchas veces esparciendo informaciones tendenciosas, tergiversando o mintiendo. Se oponen ciegamente al cambio y a las reformas. Cuanto venga del gobierno les parece malo.
Es lógico que, como todo gobierno, este debe ser sometido al escrutinio público. Pero una cosa son las denuncias y los análisis, gracias a los cuales el gobierno ha podido controlar en parte su grave problema de corrupción en las altas esferas, y otra cosa es el saboteo constante a que ha sido sometido.
Para contrarrestar la avalancha de propaganda en contra, el instrumento preferido del presidente es Twitter o Equis, en donde es el político colombiano que cuenta con mayor número de seguidores. Allí, además de esbozar sus planes y proyectos, y de dedicarse a defender sus propuestas, desnuda no siempre en los mejores términos las manipulaciones de medios, políticos y voceros de los poderes tradicionales, dejando al descubierto sus estrategias.
También allí en Twitter cuenta con un ejército de seguidores que defiende al gobierno y hace contra información en forma radical y no tradicional. Un nuevo contrapoder que, a veces con excesos, ha ido dejando al descubierto la manipulación de los medios tradicionales.
Capítulo aparte merece la televisión pública, que en principio no debería ser un instrumento del gobierno sino del Estado. Pero en la situación actual, si el gobierno no contara con Señal Colombia y el sistema informativo que utiliza, no existiría un medio que le contara al país sobre sus realizaciones y programas.
La alternativa podría ser un canal gubernamental y otro que cumpliera las funciones de comunicación estatal; un tema que necesita análisis de fondo. De todas formas, vale la pena señalar que en el informe anual 2025 del Instituto Reuters, en el aparte “Puntuación de confianza en cada medio”, Señal Colombia aparece hoy como el segundo medio más creíble, después de Noticias Uno.
Claro, en Twitter el presidente además diserta a su antojo sobre lo divino y lo humano, no revisa los errores en su escritura antes de enviar los mensajes, casa peleas innecesarias; tuitea sin pensarlo dos veces lo que se le va ocurriendo, retuitea lo que va encontrando en la red y le gusta, sin reparar en el origen y en si es cierto o no… y esto le resta apoyos y credibilidad.
Pero a veces los árboles no dejan ver el bosque, y nos quedamos pegados al ruido del escándalo diario. ¿Qué ha hecho este gobierno?
Además de importantes reformas, como la tributaria, la pensional, la laboral, la entrega de tierras a los campesinos, el destape de la corrupción en sectores como la salud, cuya reforma va en camino, hay otros elementos claves, como que el verbo, a veces descontrolado, de Petro, ha empoderado con sus discursos a sectores tradicionalmente marginados como campesinos, indígenas, afrodescendientes y habitantes desprotegidos de las ciudades, mostrándoles que son colombianos, que tienen derechos y que para conquistarlos deben organizarse para luchar por ellos.
Y hay un factor que es fundamental: el inicio de la transformación de las Fuerzas Militares, que durante décadas se desempeñaron como una especie de ejército de ocupación. A pesar de ser pagados con los impuestos de todos, nuestros cuerpos armados se dedicaban casi que exclusivamente a proteger los intereses de los más poderosos, mientras reprimían a sangre y fuego los reclamos y las protestas sociales.
Los altos mandos militares pasaban por la Escuela de las Américas, que durante años fue usada por Estados Unidos para entrenar a los ejércitos de América Latina en la doctrina del enemigo interno que había que destruir, y en esa clasificación cabían defensores de derechos humanos, sindicalistas, profesores, periodistas, estudiantes, campesinos, indígenas, afrodescendientes y todo aquel que osara levantar la voz para protestar, a quienes se calificaba como subversivos o comunistas.
En desarrollo de esa política, también llamada Doctrina de la Seguridad Nacional, los militares llegaron a utilizar las más inhumanas prácticas, en complicidad con el poder civil y junto con organismos de seguridad del Estado: desde las torturas, las violaciones y las desapariciones forzadas en los años ochenta, pasando a ser cómplices y aliados de paramilitares, narcotraficantes y políticos de extrema derecha en los años ochenta y noventa, cuando esa funesta alianza, supuestamente armada para combatir a las guerrillas, cometió cientos de masacres en pueblos y veredas de diversas regiones (despojando a los pobladores de sus tierras), así como el asesinato de dirigentes políticos y sociales. Se contaron entre ellos cuatro candidatos presidenciales: Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro, Bernardo Jaramillo y Jaime Pardo Leal, y ejecutaron el genocidio de más de cinco mil integrantes del partido político de izquierda Unión Patriótica (UP), que estaba inmerso en un proceso de paz. Sumando lo anterior, las fuerzas progresistas quedaron prácticamente acéfalas por varias décadas.
Luego, a comienzos del siglo XXI, en los tiempos de la Seguridad Democrática, realizaron los mal llamados “falsos positivos” cuando, bajo las ordenes de sus superiores, integrantes de las Fuerzas Armadas asesinaron a sangre fría a más de seis mil jóvenes indefensos, para ser presentados como bajas en combate y mostrar que el gobierno de Álvaro Uribe iba ganando la guerra. Durante ese periodo también fueron usados los organismos de seguridad del Estado, como el hoy extinto DAS, para perseguir, hostigar y llegar a asesinar líderes sociales, jueces, profesores, periodistas.
Esas fuerzas armadas están cambiando, gracias al actual gobierno. Basta el ejemplo de su trabajo conjunto con los indígenas del sur del país para el rescate de los niños indígenas perdidos a raíz del accidente aéreo. Ver al hoy ministro de Defensa, Pedro Sánchez, en ese entonces general activo, cantando el himno de la guardia indígena al celebrar el hallazgo de los niños, fue un gesto que mostró un cambio radical en una relación que, por decir lo menos, había sido siempre conflictiva, con un duro historial de enfrentamientos.
Concluyo señalando que hace daño al avance de sus importantes políticas la incapacidad del presidente Petro para liderar codo a codo, día a día, a su equipo en la ejecución de los múltiples proyectos esbozados, y que, por el contrario, se dedique a regañar a sus altos cargos públicamente, como un mal dirigente que no acompaña los procesos pero sí está presto a reprender cuando se hace lo que él considera que no está bien, proyectando además una imagen de desorden y falta de planificación. Tampoco ayuda el trato displicente dado a nuevos y antiguos colaboradores, que raya en el maltrato, al tiempo que le falta fuerza para enfrentar la corrupción con más garra.
Quedan temas pendientes: una paz total que no cuaja del todo ni ha tenido muy en cuenta el proceso anterior con las Farc, a lo que está ligado el asesinato cada año de cientos de líderes populares. La obsesión del presidente por acabar los contratos para la impresión de documentos y manejo de información con Thomas Greg and Sons sin tener en cuenta implicaciones legales y técnicas, decisión que ha influido en la salida de los ministros de Relaciones Exteriores, y de la directora de la Agencia Jurídica del Estado.
Un estreno de la izquierda en el poder con múltiples facetas, unas muy positivas y otras no tanto. El punto ahora es la continuidad del proyecto incluyente de país en el que quepamos todos.
Si el presidente logra, en este año que le queda, controlar su espíritu ególatra y tropelero, y avanza en el trabajo en equipo para consolidar importantes iniciativas, podrá arribar en el 2026 un gobierno progresista que continúe y avance en la implementación de las reformas y los cambios necesarios para seguir construyendo un país en paz con justicia social.
