A mi bici la llamo Flaca, aunque no lo es tanto. Es un cariñito.
La quiero con cierto simbolismo: admiración y nostalgia, en el entendido de Sabina: porque añoro lo que nunca pude ser (en ella).
A ella yo la quiero (y hasta confusiones causa cuando en redes sociales declaro mi cíclico y ciclístico amor). Habrá quien subestime esa pasión hacia algo tan famélico y, sí, quizá sea extraño que pueda quererse algo hecho de manubrio, caramañola, llantas y sillín... no ofrece razones para apreciar nuestro idioma. Pero, ya confesado, asumo querencias y con el paso del pedaleo digo que muchas enseñanzas brinda este artefacto, que para Colombia es, al tiempo, transporte, rebusque, disfrute y exaltación de nacionalidad.
Siempre soñé tener una y tuve Monareta unos meses. Pero lo que se dice bici, solo fue con más de 20. Ya ni modo: no me daría para emular a Reynel Montoya, Ramiro Arias ni al Chalo Marín, ciclistas de mi tierra que admiré de niño en las historias y la radio. Esa primera se la robaron pronto, pero me dejó un único triunfo: la experiencia sirvió de tarea universitaria. Así que como ciclista profesional podría ser un cronista gregario. Y aquí voy. Pero he ido aprendiendo algo más.
Así sea recreativo (el sustantivo es “paseo”, pero bajaría mucho esta nota), montar requiere estar atento. La vía es como la vida. Alguna mañana cuando comenzaba a trepar hacia el Alto de las Palmas, me rebasaron dos treintañeros en modernas bicis, pero seguía tranquilo, sabiendo que aún me faltaban 15 kilómetros cuesta arriba (cómo cuesta). Pedaleando se sabe que, como en la canción, lo importante “no es llegar primero, sino saber llegar”. La Flaca escucha mi cuerpo y, un poco moralista, me enseña a autorregularme. Claro que a veces, con mi pedaleo como a cuentagotas, sin buscarlo, he adelantado a un par de entusiastas jubilados, que también salen a ese anhelado viacrucis de domingo, y al pasarlos alcanzo a paladear las breves delicias del éxito. Pero como la cicla es metáfora de la vida, no bien paladeaba (pedaleaba), de repente otros me pasaban; estos quizá cuarentones, como yo. Demasiado rápido aun para estar tan arriba, y pensaba mientras los miraba, ya adelantico, en aquellos que recién dejaba atrás. Siempre pasaré a dos o tres, pero tarde o temprano alguien me superará y así… seguir sin compliques. Como en “Desiderata”, “siempre habrá alguien mejor o peor que tú”, pero lo importante es estar, ir.
No sé si ese mismo o el siguiente domingo, faltando tres kilómetros para lograr la meta, con el sol encima clavándose en espalda y brazos, ese asfalto-espejo infame devolviéndome en la cara el calor multiplicado, un sauna, vi 10 metros adelante, oasis o espejismo, a un chico al lado ofreciendo agua. Si bien he podido saborear otros líquidos, juro por lo más sagrado (“la chimba, si no”, como diría Rigo) que en ese momento no hubiera querido nada distinto de esa agua. Sin bajarme casi, tomé un sorbo de ese manantial y pensaba en que todo lo verdaderamente importante tiene valor pero es gratuito: disfrutar ese aire cálido y prístino, el saludo de abuelos en ciclas añosas como ellos o ver el contraste entre el azul cobalto que se une al verde botella de las montañas… y entenderlo. Recordaba además que a veces vas en la cicla, alguien te alcanza y si te ve sediento no se fija en higiene bucal ni nada y entrega la caramañola. Si te ve varado y bisoño, se baja a despinchar. “Qué vas a saber de solidaridad si nunca has montado en cicla en montaña”, dije alguna vez con tonito soberbio; sin embargo, no retiraría mis palabras.
En algún mediodía, en una carretera que pasa cerca de Concepción (Antioquia), alcancé a sentir un poco de angustia y soledad; miré adelante y atrás, pero no vi a nadie y, con el cansancio mellando rodillas, me dieron deseos de devolver mi camino. Pero recordé cuando un amigo, medio en broma, decía que “prefería morir sobre el manubrio antes que bajarse”. Ahí continué, sin rendir paso a nadie, entendiendo que la única batalla es con uno mismo. Repensé en El viejo y el mar: ese hombre peleando con su destino, y yo, como aquel viejo en altamar, también solo, conmigo o contra mí… como casi todo en la vida. Y aquí voy. Un poco en charla, cuando alguien se mofa por mis 48 septiembres, le digo que tengo a mi Flaca y, a pesar de todo, aún pedaleo.