Puede ser una fiesta democrática, la posibilidad de encuentro. Y hasta negocio. Las elecciones a la Presidencia de la República pueden ser o prestarse para tanto.
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Hay tantas formas de verlas, de sentirlas, de vivirlas. De afrontarlas. Hasta un interesante escenario para la pedagogía, para quien así lo quiera. Podrían ser. Podría ser.
Por ejemplo, las elecciones presidenciales podrían ser o convertirse en una buena cátedra de economía, de macroeconomía o de economía solidaria. Una clase sobre el manejo de las finanzas públicas, del erario, sobre el ingreso de los impuestos que capta la nación, sobre la forma como se destinan los recursos para las ciudades, los departamentos, los distritos del país. Y además…
Podrían ser una excelente clase de geografía, de hidrografía, de orografía. Porque así como el conflicto armado nos trajo a la mente muchos pueblos y regiones de nombres hermosos que no conocíamos, que no sabíamos que nos hermanaba el mismo cielo azul colombiano (Macayepo y Santa Rosa de Lima, por decir dos), también, si se quiere escuchar, hay algunos candidatos que traen hasta sus discursos, hasta su vida, regiones olvidadas (“Nazareth es una de las poblaciones más calientes de Colombia”, dijo uno estos días), municipios anegados, pueblos que se equilibran sobre palafitos como flamencos, otros que se recuestan en el filo de una colina, ciudades intermedias que no están o no suelen estar en el radar de los grandes medios de comunicación o en las agendas nacionales.
Podría ser, claro.
Los debates presidenciales también podrían ser un buen ejercicio para acercarnos y comprender algo de filosofía, de oratoria, de derecho constitucional; a veces los candidatos sueltan frases de grandes pensadores, de autores interesantes, de nobeles, pronuncian el nombre de alguna mente brillante, de un nuevo gurú que en algún lugar del mundo está proponiendo alternativas salidas de lo normal, puntos de vista exóticos que los candidatos adoptan y adaptan a esta realidad nacional.
Y, claro, detrás de esos nuevos sitios que aparecen, de esos nuevos pensadores, de esas nuevas cifras macroeconómicas o de microgerencia puede estar la excusa perfecta para investigar, para indagar, para querer contrastar si se quiere… es tan fácil ir a Google, como recomendó alguno, o buscarse un libro, un documental, un estudio sobre todo eso que dice este o aquel; indagar si tienen asidero, posibilidades de lograrse, de atarse, de ser parte del futuro.
Podría ser, claro. Podría.
Cada cuatro años asistimos a la posibilidad de elegir un presidente y sería además la oportunidad para que renováramos un poco nuestro pensamiento, para que tuviéramos una mirada más amplia del país, del otro. De los otros.
Pero no, la mayoría prefiere cada cuatro años desempolvar viejas frases güeras, viejas consignas y miedos. Opta simplemente por quedarse con frases ya hechas, dictadas por alguien interesado, repetidas por alguien que no quiere que las situaciones cambien, que su situación cambie, que sus privilegios cambien; o también de otros que quieren que todo cambie a como dé lugar.
La pobreza mental en Colombia seguramente es tan grande como la pobreza física. Nuestros goebbels criollos lo saben. Y sabedores de nuestros odios y prejuicios nos inducen a seguir en esa tierra fértil, la del odio, repitiendo y repitiendo estribillos, viejas y exitosas fórmulas, mientras ellos y sus jefes siguen en sus privilegios. La mayoría sigue el libreto, sin preguntar, sin preguntarse, sin cuestionar. Sin atreverse a pensar.
Entonces casi siempre gana el candidato de siempre con esas fórmulas de siempre. Porque en Colombia todo cambia para que todo siga igual. Pero ni eso nos interesa saberlo.
