En el libro Empatamos 6 a 0 quedó dicho que el fútbol, más que un mero deporte, es un fenómeno social y cultural, en tanto genera imaginarios, marca recuerdos y plantea mundos irreales. Y en ese campo de juego, el del fútbol como fenómeno cultural, podría inscribirse la fecha 19 de junio de 1990. Este era un martes más, un día gris, opaco, o por lo menos ese es el ambiente que recuerdo. Pasaba yo las vacaciones de mitad de año en la finca de mis abuelos, y en el campo no hay tiempo para perder, como dirían los viejos, y esa mañana él me había pedido que lo acompañara en la huerta, a aporcar unas matas de fríjol. Le dije que claro, que lo haría gustoso, pero que por favor viéramos el partido de Colombia contra Alemania, que se enfrentaban esa mañana, en el Mundial de Fútbol. El viejo, campesino a la final, no era muy amante de los deportes y sin embargo aceptó que lo viéramos porque también él, que vivía tan pendiente de la actualidad en su radio o de las noticias en el televisor, algo ya se animaba con esa fiesta a la cual Colombia asistía después de 28 años. Vimos el partido y él lo acompañaba de sus Pielrojas, esos cigarrillos que nunca le faltaban, y también de uno o dos comentarios sobre la selección Colombia, que se jugó un grandioso partido.
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Y estuvo contento viéndolo casi hasta el final cuando ya en los momentos agónicos Alemania hizo el gol y entonces salió para la huerta y me dijo: ya ahí no hay más que ver, termine de verlo y me alcanza…
Me quedé esos últimos minutos y nunca olvidaré cuando esas zancadas de flamenco de Freddy Rincón terminaron en un inteligente gol. No tuve con quién celebrarlo, pero luego salí feliz para la huerta a encontrarme con mi abuelo y le dije que Colombia había empatado. Al principio, el viejo no lo podía creer. Y siguió aporcando el fríjol. Luego me preguntó cuándo volvería a jugar Colombia.
Ese día, pese a lo anodino de mi lugar en la geografía, y aunque sin quien comentarlo y seguir rumiando esa jugada, yo estaba alegre. Millones de colombianos, como ese chico que era yo, se sentían orgullosos de serlo. No era para menos. Era de verdad un momento increíble, de esos que está hecho el fútbol: irracionales, increíbles, simbólicos, que a veces la mente no alcanza asimilar.
El gol de Freddy Rincón tuvo muchos elementos. Lo primero: mirado desde la historia, Colombia rompía una racha de 28 años sin jugar un mundial de fútbol, y el partido ganado fue un poco predecible. Pero este, ante la encopetada Alemania, era la posibilidad de sacudirnos, de dejar de pensar en ese empate 4-4 frente a Rusia en el 62… marcador incierto para muchos que no lo vivimos, que lo creíamos como un acto de fe, pero que no le dábamos la dimensión de lo que, nos decían, significaba. En cambio, la mayoría de colombianos pudimos asistir a este gol: porque, gracias a la televisión, el fútbol y los mundiales comenzaban a ser parte de nuestra cotidianidad.
Desde lo social, el gol de Freddy Rincón es quizás uno de los momentos más importantes en la historia contemporánea colombiana. No solo de la deportiva, sino en general porque Colombia en esos días vivía momentos muy difíciles, aciagos. El país estaba en el punto más álgido del narcotráfico. No teníamos un proyecto colectivo como nación, el país sobreaguaba en una crisis de institucionalidad y se sentía un Estado fragmentado y de pronto… ese gol de Freddy Rincón nos cobijaba a todos como colombianos; ese día nos pusimos todos esa camiseta número 19, que él llevaba, y nos sentimos parte, nos abrazamos todos en esa euforia que significaba ser parte del mundo: porque cada cuatro años el mundo es el mundial de fútbol. No hay otro. Ahí se rompen las fronteras económicas, sociales, ideológicas, ese día nos sentimos igual de importantes a los alemanes, con todo y su dinero, su pasado y su cultura. Nos mirábamos de tu a tú. ¡Qué Tercer Reich ni qué Prusias!
Y todo eso lo posibilitó ese negro de piernas largas, de piernas de flamenco que se tornaron al tiempo dos postes para llegar y enfrentar la férrea defensa alemana, romperla y marcar uno de los goles más importantes. Un año después otro muro de Berlín se iba al piso.
El fútbol y sus simbologías y representaciones.
En todo eso he pensado esta semana tras el accidente y la muerte de Freddy Rincón. Su gol nos puso a soñar, a quitarnos por un rato el complejo de colombianos: el estigma de sudacas y narcos. Hoy la tristeza nos embarga. Freddy Rincón se une la lista de deportistas colombianos y latinoamericanos que han muerto en circunstancias muy ajenas a su rol, a su prestigio. Deportistas que lo dieron todo en la cancha, pero que cuando terminaron su partido, ese “tercer tiempo”, les ha costado mucho asimilarlo, vivirlo.
Freddy Rincón se va. Nos deja sus goles, sus gambetas, su sonrisa ampulosa de 40 dientes. Lo extrañaremos y siempre valoraremos su gran gol y todos los otros que marcó, pues él dejó hasta la última gota de sudor cuando se enfundaba una casaca, en especial la de Colombia. Con él se va otro pedazo de nuestras mocedades. Su sonrisa quedó tatuada en un Rincón del alma.