La definición, según la RAE, es: “Protección o custodia que se da a una persona o cosa acompañándola a los lugares donde acude o es conducida”. En Colombia, sin embargo, pensar en la palabra “escolta” es asistir o participar de esa brecha de división entre nosotros: como si no tuviéramos de qué más ocuparnos y entonces este término, este asunto se ha tornado en nuevo florero de Llorente para tener excusas para seguir peleando.
Hablando de escoltas, se cuestiona por estos días que una alta dignataria del Estado no se sienta segura y entonces prefiera desplazarse en helicóptero, que, viéndolo bien, es otra forma de protección o custodia. Pero entonces saltan los enemigos a hablar de costos exagerados.
Quizá sean esos mismos que no vieron “exagerado” un esquema de seguridad —escolta— para un expresidente que le cuesta a nuestro erario, según se ha afirmado, casi $20.000 millones al año.
En Colombia es difícil para los que están más cerca del poder hablar de cualquier asunto, pues siempre desde el frente les pondrán un espejo para que se miren. Pero volvamos con el tema:
Alguna vez hablando con un destacado dirigente político antioqueño, quien en algún momento tuvo más de 30 escoltas pero al final solo tenía uno que al tiempo era su conductor, me dijo que Colombia tenía que revisar muy bien el tema de las escoltas “no por lo que costaban sino por lo que significaban”.
Vamos primero a lo que cuesta, a lo oficial. Hablar de escoltas en Colombia remite a la Unidad Nacional de Protección (UNP), cuyo propósito es salvaguardar los derechos a la vida, la libertad, la integridad y la seguridad personal.
El presupuesto del que dispone para escoltas y garantizar la seguridad a algunos personajes no es cualquier bobería: $1’866.441’868.144, moneda legal, para este 2023. Casi $2 billones al año solo en protección de dignatarios y de algunos en alto estado de riesgo. A ello habría que sumar los recursos técnicos y humanos que también aportan las Fuerzas Armadas de Colombia, pues muchas veces cuando hay desplazamientos de personajes con alto riesgo a regiones, estas tienen que sumarse a avanzadas y operativos.
Un gasto demasiado alto quizá, máxime porque cuando se hablaba en tiempos recientes de llegar a acuerdos con grupos al margen de la ley se decía que se reducirían gastos de seguridad. Pero ese asunto parece que sigue en veremos.
Al contrario, el presidente Duque tuvo un “detallito” con muchos amigos y les entregó un esquema de seguridad a algunos y a otros se los aumentó. (Para entender por ejemplo estas bondades con los ex y sus familias, ver Decreto Presidencial 1069 de 2018).
Pero, bueno, dejemos el tema económico, los costos. Pensemos en lo simbólico, en su “valor”, porque hablar de escoltas en Colombia remite a otros asuntos. No es muy claro que el único objetivo de “tener escoltas” sea sentirse un poco más seguro en un país donde la vida hace tanto dejó de tener valor y sí tiene precio.
Tener muchos escoltas en Colombia no significa que seamos seguros, al contrario, si se analiza, se vende la percepción de inseguridad. En circunstancias “normales”, a gente un poco “normal” le haría sentir que le violan la intimidad, que reitera su estado de indefensión o de vulnerabilidad, pero aquí se mira como un asunto de estatus, del no tener que recurrir al “usted no sabe quién soy yo”. Si tiene escolta, se supone que...
Alguna vez en una reunión de un aspirante al Congreso de la República en Antioquia presencié que uno de los días más felices de su vida fue cuando “le aprobaron escolta”. Se decía al interior de la campaña que eso le iba a dar más importancia a él cuando llegara a reuniones en barrios y veredas a donde asistiría en días próximos.
Tener escoltas en Colombia pasa por esnobismo y por cierto reforzamiento de la identidad: sentirse poderoso, importante. Muchas veces esconde también cierto clasismo: “Mire, a mí me cuidan, mientras a usted…”. Si no te escoltan no vales, parece sugerir. (Se debería suponer que si alguien tiene mucha valía la misma sociedad lo protegería sin necesidad de alardes de protección, se supondría).
Tener escolta es estar a la altura de esos “prohombres” respetados, temidos, acompañados, aupados, poderosos desde lo lícito o desde lo ilícito —o desde su mezcla, vaya a saberse—. Tener escolta es “ser alguien”.
Eso se cree, está en el imaginario.
Así que aquel curtido dirigente tenía razón en su mirada. Quizá en Colombia hemos estado errados cuando hemos pensado que ciertos acuerdos con grupos al margen de la ley ayudarán a que mejore la seguridad y podamos ahorrarnos esos costos. Al parecer lo que necesitamos es un acuerdo antropológico, social, con nosotros mismos para que no sintamos la necesidad de tener escoltas.