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Jorge Cardona, el amigo

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Guillermo Zuluaga
29 de diciembre de 2021 - 05:30 a. m.
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El diario El Espectador sorprendió el lunes de la semana pasada cuando en su editorial anunció algunos cambios, entre ellos la salida de su editor general, Jorge Cardona. Muy pocas veces un medio de comunicación dedica la sección más importante a despedir a un periodista; sin embargo, eso muestra la importancia que tuvo para este diario nacional la presencia de Cardona.

Filósofo de formación y con algunos estudios de economía, podría decirse que Jorge Cardona como editor no estaba en el lugar equivocado. Al contrario de la publicidad aquella de la entidad bancaria, en ningún otro lugar podría sentirse tan pleno o tan bien representado como en su oficio, porque el editor es un orientador del estilo, de algunos asuntos de forma como la claridad, la coherencia y la precisión. Pero en estos tiempos el editor es además un compañero con experiencia, un colega que alarga la mano a quien la necesita. Todos quienes estamos en estas rutinas de la escritura, en cualquiera de sus formas, necesitamos un editor, alguien que ayude a potenciar textos y, en el caso específico del periodismo, también alguien que sea muy cuidadoso, además de la estética, de la ética.

No lo tuve como editor, ¡ya lo hubiera querido!, pero sí lo sentía tan cercano a cada tanto, cuando abría el periódico y me encontraba con textos llenos de datos, de cifras, de contexto histórico, y sabía que detrás de algunos noveles periodistas que firmaban seguramente estaban la mano y las instrucciones de un hombre que, como buen editor que era, sabía ayudar a enriquecerlos.

Digo que me hubiera gustado tenerlo como jefe porque en ese oficio de guiar y construir textos periodísticos más fuertes era digno heredero de grandes editores que pasaron por El Espectador, entre otros del Mono Salgar, quizás el máximo referente de las salas de redacción del diario de los Cano; también seguramente de Luis de Castro, ese editor judicial que por tantos años estuvo en el periódico, y de Paulo Augusto Torres, editor nocturno. Cardona recibió de ellos la posta.

“Un editor es un amigo —dice Carlos Mario Correa, quien laboró por 13 años en El Espectador y fue compañero a la distancia de Cardona—. Pero también es un acompañante que hace sentir seguridad como escritor y periodista, que brinda conocimientos, que necesita ser creíble y eso lo dan los años, la experiencia”. Y eso exactamente él lo generaba. Agrega Correa: “Fue un gran maestro, formador de muchos practicantes a quienes guio con la prudencia y la paciencia que necesitan los nuevos profesionales para enrutarlos en este oficio”.

Porque, valga decirlo, un profesor de periodismo es un editor, y un editor es un profesor. Él era ambos, pues sus escasos tiempos libres, además, los dedicaba a la docencia.

Si bien se dice que todos en este oficio necesitamos un editor y yo no lo tuve a él, sí podría decir que al menos tuve la fortuna de haber gozado de su amistad o por lo menos trató de mostrármela. Porque hay algo que es su esencia: la humildad, la buena escucha. Jorge Cardona es una persona que tiene esa capacidad para conversar, para hacer sentir al otro importante.

-Oíste, Guillo, bueno ese dato que está en tu libro Empatamos 6 a 0”.

Cardona encontraba a veces en ciertas anécdotas que surgían de la conversa el filón de una buena historia.

De hecho, le agradezco ser colaborador ocasional de este medio. En una conversación, cuando se entregó el Premio Guillermo Cano por vez primera en Medellín, le dije que soñaba con escribir en el periódico y me dijo que le propusiera a Fidel (Cano), quien estaba en la mesa y a veces hablaba de su “Santafecito”. Yo con alguna pena me acerqué y ahora tengo la posibilidad de estar publicando esta columna.

A pesar de ser el editor general de uno de los periódicos con mayor tradición histórica, Cardona nunca se sintió como tal, no perdió su humildad. De hecho, cuando venía a Medellín uno se sentía tan honrado de saber que abría un espacio en su mesa para conversar, hablar de fútbol —quizá para evadir un momento ese trafago de ruindades que a veces es Colombia—. A cada llegada aprovechaba para preguntar: “Qué le pasa a ese Medellín que no despega” y “cómo vamos a hacer para ganarle a Nacional el próximo clásico”. (A veces me hacía creer que le interesaba mi Independiente Medellín y me preguntaba por contrataciones o partidos. Nada tan falso. Él creía que de pronto por algún azar remoto el Poderoso pudiera ganarle un partido al Nacional, de paso le restara unos puntitos y se lo quitara de encima a su Millonarios que ama, ese rival histórico).

Alguna vez lo visité en la sede de El Espectador en Bogotá. Qué gusto para “un periodista de provincia”, y yo, soñador eterno de este oficio, llegué feliz imaginando una ronda por la sala de redacción, de pronto yendo a donde se imprimía el diario o al archivo del periódico. Pero no, muy amable me recibió en su oficina con libros por todas partes, y más libros. Y libretas. Me invitó a un café y cuando pensé que hablaríamos de periodismo o de historia —gusto que compartimos— disparó:

—Guillo, ¿y entonces qué va a pasar pues con ese Medellín? Esos dirigentes sí están en nada.

—Claro, don Jorge, esa es nuestra constante…

—Y pensar esos jugadores que tuvo, ah. Ese Ponciano... Recuerdo cuando Lóndero pasó del Nacional al Medellín y les clavó cuatro luego…

Reía recordando esos años con la misma memoria que tenía para hablar de presidentes y sus obras o de las guerras y secuelas.

Al cabo de la visita —de la que quedó pendiente el almuerzo— me dijo que quería venir a Medellín para que escucháramos tangos y visitáramos a ese estadígrafo del fútbol “que se las sabía todas” y que “hablaba tan bueno con (Hernán) Peláez”.

—Ah, Fabio León Naranjo…

—Ese. Apenas pueda me pego la voladita y vamos —dijo, y desde detrás de sus lentes clavó los ojos en apuntes sobre su escritorio—. Esto no da tiempo de nada.

Eso decía, hace unos años. Espero que ahora sí tenga el tiempito.

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Jose(46118)29 de diciembre de 2021 - 05:45 p. m.
Don Montecristo. Hay dicho muy Paisa El que se va no hace falta y el que llega no estorba. Y Cuando burro no moría, Gallinazo que comía. Demanera que llorar al Atrio, o donde el mono de la Pila.
Carlos(62305)29 de diciembre de 2021 - 03:37 p. m.
Gracias por el homenaje.
DONALDO(67774)29 de diciembre de 2021 - 01:23 p. m.
Un buen editor es maestro, más que profesor. Conjuga saber, inteligencia y experiencia.
Ignacio(11125)29 de diciembre de 2021 - 07:25 a. m.
El cambio del tamaño de la letra es agresivo! Qué le pasa a EE?
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