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Los “no futuro”

Guillermo Zuluaga

05 de octubre de 2020 - 10:00 p. m.

Casa, carro y beca, ese era el cielo prometido. Era la publicidad de alguna entidad bancaria a comienzos de los años 80. Escuchando eso nos fuimos forjando algunos. Y nos dijeron que había que estudiar para salir adelante. “Ser alguien” era la consigna.

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Eran los tiempos en que soñábamos con hacernos profesionales, tener un carro, cómo no, y ojalá algún día un viajecito, una pensión…

Se veían algunos conocidos y amigos que ingresaban a las universidades y pronto tenían un empleo digno, aparecían con su carro, su casita y empezaban a forjar una familia.

Pero al tiempo, por esos mismos años los jóvenes, principalmente de las grandes ciudades, tuvieron una gran amenaza: la tentación del narcotráfico estaba ahí, tan a la orden. Hubo tantos jóvenes muertos o desaparecidos. Algunos dirigentes avizoraron ese riesgo y desde el gobierno local o regional se encendieron algunas alarmas, crearon programas en los barrios, se incentivó un poco el deporte, se apoyaron procesos y movidas culturales.

Los años 90 trajeron un pequeño respiro y alguna esperanza: una Constitución que abría más puertas. Y, además, la desmovilización de algunos grupos armados. También, pequeñas reivindicaciones sociales se avizoraron en el umbral.

Pero luego el conflicto armado copó escenarios. Los jóvenes rurales principalmente colmaron las filas de los grupos armados, y algunos de barrios periféricos se metieron a bandas o a milicias. Este nuevo siglo se ha ido en procesos de desmovilizaciones de esos grupos, pero al tiempo cada vez crece el descontento porque el Estado y la sociedad han ido desapareciendo espacios que los jóvenes reclaman.

Si hace tres o cuatro décadas a los jóvenes les vendían la idea de una casa, de un carro o de una beca, ahora cada vez hay menos presupuesto para las universidades nacionales, los contratos laborales que les ofrecen ya ni siquiera son por días, la salud se volvió un negocio, la posibilidad de una casa quedó en el aire, como profetizaría, sin quererlo, Escalona.

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Los jóvenes de ahora quizá tengan menos futuro que los de los 80: hoy el poder del narcotráfico y sus secuelas de muerte están más en la periferia del país. Pero el desempleo y el subempleo aumentan, y es precisamente este grupo generacional el más afectado, así que cómo pedirles que sueñen con un futuro individual o colectivo si no tienen una estabilidad laboral, si ven que las escasas oportunidades son para los de siempre y que los de siempre se siguen robando el país, como siempre. Además, ni siquiera pueden ir a las calles a protestar porque entonces son señalados de vándalos, si les va bien, o les disparan inermes. El mayor activo de las sociedades son los jóvenes, pero como está escrito ya en algunos murales, ellos sienten que “nos están matando”. Les mataron sus esperanzas y también los están eliminando físicamente.

Ya muchos padres se preguntan, no sin razón, qué idea de futuro les venden a los hijos.

Paradójicamente, al tiempo que se han estrechado las posibilidades para los jóvenes, han crecido los espacios para hacerse notar y hacerse sentir. Estos nuevos tiempos de derrumbamientos de mitos nacionales o religiosos, gracias a las redes sociales y al involucramiento en colectivos ambientales, culturales y deportivos, los jóvenes han ganado más importancia y han copado escenarios físicos o simbólicos, antes vedados para ellos. Y siguen inquietos. No están conformes.

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Hace poco volví a ver Rodrigo D. No futuro. Es una cinta muy cruda sobre los jóvenes de las laderas de Medellín en los penumbrosos años 80. Su director, Víctor Gaviria, puso un espejo en que se miró una ciudad que iba creciendo a espaldas de los muchachos que poblaban sus barrios periféricos. Como es casi de suponer, muchos de los personajes de la obra van sucumbiendo ante las balas y las fauces de la noche, y su protagonista, un chico que sueña con ser baterista, al no encontrar un camino que lo condujera a lograr su anhelo y ver que se estaba quedando sin sus “parceros”, termina suicidándose, exactamente desde el edificio que simboliza esa “ciudad pujante” que no lo tuvo en cuenta ni a él ni a muchos de su generación entre sus proyectos de “progreso”. La historia, quizá haciéndole unos mínimos ajustes de edición, pintando un poco la escenografía, bien podría cambiársele la fecha de realización y decir que es de 2020.

Treinta años después, nuestros jóvenes son los no futuro. Y es inimaginable un país, una sociedad, sin futuro. En eso deberíamos estar pensando.

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