El deporte estuvo en fuera de lugar o no tuvo el suficiente despliegue mediático en la campaña presidencial.
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No obstante, la campaña ya es partido jugado; hay un vencedor claro, Gustavo Petro, y sobre sus goles o autogoles estarán puestos los focos en los próximos cuatro años.
De su gobierno podrá esperarse “una gran movilización por el derecho al deporte, la recreación, la actividad física y el aprovechamiento del tiempo libre” (El Espectador, 19/06/22).
Una revisión a su propuesta deja claro que la escuela será la base y el eje en torno al cual girará el deporte. Petro considera que la educación física es un derecho fundamental y a la vez ayuda a garantizar la salud de los colombianos.
Asimismo, que el sector deportivo puede ayudar a generar empleos técnicos y profesionales. El electo presidente destacó a los deportistas como formadores de talentos que pueden ejercer como instructores de educación física después del retiro y de esta forma también dignificar su proyecto de vida.
Petro ha dicho que le interesa ir acabando el machismo desde el apoyo al fútbol femenino y es partidario de que cada organización deportiva —en especial las ligas— sea democrática.
Hasta aquí sus ideas, que están inspiradas en ese primer tiempo que tuvo como ejecutivo, al frente de los destinos de la Bogotá Humana. Su enfoque será más social que competitivo, eso es acertado y coherente con su visión como estadista.
Ahora bien, en un país como Colombia, fragmentado, con profundas cicatrices e inequidades, Petro podría darle más realce al deporte. Dicho en otras palabras, el nuevo presidente podría tener en él un excelente aliado para construir esa nación que se sueña para todos los habitantes de esta tierra. El deporte, al lado de la actividad cultural, sería un lazo fuerte que ayude a generar una nueva Colombia a partir de territorios más unidos, equitativos y comprometidos con un futuro colectivo.
Casos en la historia en que el deporte ha tenido un papel más allá de lo “meramente deportivo” han sido tantos: los Juegos Olímpicos modernos, los Mundiales de Fútbol del 54 y 58, el Mundial de Rugby en Sudáfrica en 1995, que ayudaron a atemperar los ánimos políticos y sociales.
Nuestra tradición colombiana también tiene ejemplos interesantes: el inicio del campeonato de fútbol en agosto del 48, meses después del Bogotazo; la primera Vuelta a Colombia en bicicleta, en 1951; la construcción de canchas en los barrios más violentos de Medellín, en los años 90-92; la Copa América de 2001 —Copa de la Paz—, en plenas negociaciones en el Caguán, y los Mundiales de Ciclismo de 1996 fueron eventos deportivos que intentaron amainar un poco las tensiones sociales y políticas del país.
En los próximos cuatro años podríamos echar mano de esas experiencias y enriquecerlas. Se trataría de aprovechar la capacidad de convocatoria y de simbología del deporte masivo para la construcción de un nuevo tejido social a partir del respeto por el otro.
Podría basarse nuestro presidente en la propuesta de su admirado Nelson Mandela, quien recién llegó al poder encontró un país literalmente partido en dos (remember apartheid), buscó un acuerdo nacional con todos los partidos y al tiempo realizó el Mundial de Rugby en 1995, como una forma de ir fomentando el encuentro y la convivencia entre personas racial, cultural y económicamente tan distintas.
Algunos posibles eventos serían encuentros deportivos con el lema de la paz y la convivencia —ojalá con alta participación de víctimas y victimarios—, e involucrarían a todas las regiones colombianas desde Arauca hasta Nariño y de San Andrés a Leticia. Por ejemplo, un campeonato de fútbol indígena, pero no jugado en los territorios con gran presencia de esta raza sino en la centralidad del país, como una forma de encuentro entre diversos. Ya lo dijo Petro, pero valdría la pena insistir en fortalecer el campeonato de fútbol femenino con equipos de todas las regiones. También, una alianza con los ministerios de Cultura y Educación para fomentar las narraciones y las historias en torno al deporte —y de paso enriquecer la escasa bibliografía y filmografía sobre el tema en Colombia—. Y, por qué no, aprovechando la presencia de las barras de fútbol, muchas de las cuales acompañaron su candidatura, hacer un encuentro barrista donde destaquen su cohesión social y su aporte cultural, que algunas bastante tienen.
Serían muchas más las propuestas. Lo claro es que el deporte no puede seguirse tratando “tan deportivamente”, pues es una gran herramienta para ayudar a construir una nación más equitativa, más justa, más respetuosa de las diferencias. Dicho de otra manera, también podría ser un termómetro de los cambios que empecemos a vivir como país, pues es el espejo de las sociedades: como se juega se vive.
La cancha parece lista. Empecemos a “vivir sabroso” en una gran apuesta colectiva a partir del deporte.