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Agobiado por la melancolía, José Asunción Silva se suicidó en Bogotá, a los 30 años, en su casa de La Candelaria, el 24 de mayo de 1896. Su bella hermana Elvira, por quien sentía entrañable admiración, había fallecido 4 años antes a causa de una neumonía. A ella le dedicó el famoso Nocturno que habla de “las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas”.
Algunas conjeturas sostienen que el poeta estaba enamorado de su hermana, e incluso dicen que el amor era mutuo. Resulta difícil probar dicha hipótesis. Otras versiones consideran que no fue él quien se disparó, sino que le dispararon. Esta sospecha pierde peso ante el hallazgo, en la cabecera de su cama, de la novela El triunfo de la muerte, de Gabriel D’Anunzzio.
Lo cierto es que Silva no lograba vencer el dolor que le causaba la muerte de su adorada hermana, y además estaba angustiado por la crisis económica del negocio de baldosas que constituía su medio de subsistencia. Vivía en manos de los acreedores.
Fue enterrado en el cementerio de los suicidas al serle negada la sepultura católica. Según Unamuno, Silva “murió de tristeza, de ansiedad, de anhelo, de desencanto”. Y al cementerio fue a buscarlo, para hablar con él en las noches tétricas de la capital, otro poeta de la angustia, el desamparo y la orfandad –Germán Pardo García–, cuya vida desolada en medio de la dureza del páramo y la congoja desde sus primeros años lo asimilaba a Silva.
La casa donde Silva murió era la número 13 de la calle 14, que en la nomenclatura actual corresponde a la calle 12C n.° 3-41. Fue construida hacia 1715, durante la época de la Colonia. Pasado el tiempo, sufrió serio deterioro. En carta de 1990, Pardo García me comentaba: “Yo, desde la revista Nivel, luché sin cesar por esa casa que visité hace mucho, en 1935, y estaba convertida en un criadero de pollitos”.
El predio fue comprado por María Mercedes Carranza y Genoveva Carrasco de Samper, quienes adelantaron su restauración y lo destinaron a actos culturales. El 24 de mayo de 1986 fue inaugurado por el presidente Belisario Betancur con el título de Casa de Poesía Silva, para honrar la memoria del ilustre poeta suicida. De esta manera se convirtió en el templo de la poesía colombiana, y durante varios años desarrolló ponderada actividad cultural.
Y vino la época de la decadencia y la ruina. Tratándose de una entidad sin ánimo de lucro, y por más que había sido declarada Monumento Nacional en 1995, a la casa dejaron de llegarle los auxilios económicos, faltó el dinero para los gastos esenciales y abundaron las quejas sobre una deficiente administración. Pero como no hay mal que dure 100 años, hoy se anuncia su reapertura para el próximo octubre. La cultura colombiana recupera el espacio y el tiempo perdidos, y aplaude el regreso de Silva –el poeta redivivo–, que buena falta nos hace en estos días de frivolidad y olvido de los valores del espíritu.
