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¿Nobel o Nóbel?

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Gustavo Páez Escobar
15 de octubre de 2016 - 02:00 a. m.
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Dos premios Nobel (o Nóbel, según la pronunciación que la inmensa mayoría de la población hispana le da a este vocablo) han caído en personajes colombianos: Gabriel García Márquez obtuvo el de Literatura en 1982, y hoy, 34 años después, le es conferido el de la Paz al presidente Juan Manuel Santos. En ambas ocasiones se ha discutido la manera como el apellido sueco debe escribirse en lengua española.

El Diccionario panhispánico de dudas recomienda –no impone– que se escriba sin tilde, es decir, como palabra aguda, ya que así se pronuncia en el país de origen, y hace la advertencia de que “la pronunciación llana (Nóbel) está muy extendida, incluso entre personas cultas”.

Surge una contradicción frente a nuestras reglas gramaticales: si los hablantes hispanos ponen la entonación en la vocal “o”, la grafía correcta debe ser Nóbel (palabra llana a la que por terminar en consonante que no es “n” ni “s” se le debe marcar tilde). Regla fundamental es que las palabras en español no se escriben de un modo y se pronuncian de otro.

Ahora bien, si el Nobel (sin tilde) de los suecos se convierte, debido al énfasis fonético impuesto por los hispanos, en el Nóbel (con tilde) que aquí pronunciamos, esta debería ser la escritura correcta, obedeciendo el efecto de la transliteración. No debe olvidarse, además, que la costumbre hace ley. Cosa distinta es el vocablo “novel” (persona que comienza a practicar un arte o una profesión).   

Muchas palabras procedentes de otros idiomas han sufrido modificación al ingresar al español. Veamos el caso de elite (elít en francés). Al principio se incorporó en nuestro diccionario como elite (elíte, forma llana), pero la preferencia fonética de la gente se fue deslizando hacia élite (esdrújula). Hoy considera la Real Academia de la Lengua que ambas acentuaciones son válidas.

Esa misma licencia la da el organismo para términos como los siguientes: cóctel o coctel, elíxir o elixir, ícono o icono, médula o medula, alvéolo o alveolo, aeróstato o aerostato, omóplato u omoplato, fútbol o futbol, exégesis o exegesis, exégeta o exegeta, chófer o chofer, psicología o sicología, psiquiatría o siquiatría, ácimo o ázimo, México o Méjico… La lista es larga. ¿Por qué no sucede lo mismo con Nóbel y Nobel?

Alfred Nobel nació en Estocolmo (Suecia) en 1833 y murió en San Remo (Italia) en  1896. Era químico, ingeniero, inventor y fabricante. En 1867 inventó la dinamita, que pronto fue utilizada con fines bélicos. En su testamento, que apenas se extendió a un poco más de una página, dispuso que su inmensa riqueza fuera dedicada, casi en su totalidad, a condecorar cada año con “un premio a aquellos que durante el año anterior hayan otorgado los más grandes beneficios a la humanidad”.

Resulta irónico que la dinamita, como elemento de guerra y destrucción, de donde   provino en buena parte aquella riqueza, le lance un mensaje a la paz del mundo. Estas son palabras de Alfred Nobel: “Pretendo dejar luego de mi muerte una gran fortuna para la promoción de las ideas de paz, aunque soy escéptico de los resultados”.

Este es el premio que recibe el presidente Santos por sus acciones decididas en beneficio de la paz. Están por verse los resultados. Todos deseamos, por supuesto, el pronto cese de la violencia atroz que desangra al país desde hace medio siglo. Ojalá que el premio Nóbel –con tilde o sin tilde– nos haga el milagro.  

escritor@gustavopaezescobar.com

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