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Ritos degradantes

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Gustavo Páez Escobar
24 de febrero de 2009 - 01:54 a. m.
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De no ser por el video que muestra el ‘bautizo’ a que fue sometido un policía aspirante a carabinero, la escena en que sus propios compañeros lo cubren de excremento de caballo y lo obligan a ingerirlo, no hubiera sido conocida por la opinión pública.

Este video, grabado con un teléfono celular, fue transmitido al país por Noticias RCN y después divulgado por los periódicos. Es fácil deducir que quien tomó esas escenas estaba presente en la ceremonia de ingreso del aspirante, y al no estar de acuerdo con los métodos empleados, los denunció llevando a la emisora la prueba de ese acto de brutalidad.

Lo que exacerba el ánimo es saber que al frente de la operación se hallaba un mayor de la Policía, o sea, un oficial de alta graduación. Aunque se encuentra adecuada la reacción del general Naranjo al condenar el acto y luego destituir al oficial, queda flotando la duda sobre si tales prácticas en la institución policial, lo mismo que en las Fuerzas Militares, ha subsistido por falta de mayor claridad y energía por parte de los mandos superiores.

Las escenas son atroces: al policía se le muestra desnudo, rapado, y es llevado a la fuerza por sus compañeros, mientras el que parece ser un superior le tapa la nariz y lo obliga a comer el excremento, como paso previo del acto final, el de la graduación, donde se le cubre por completo de boñiga. Qué horror. Podría pensarse que los hechos sucedieron en un antro de fieras y no en una dependencia de la Policía.

No todo lo que se ejecuta en los cuarteles es conocido por los superiores, y a veces procedimientos crueles como el señalado se vuelven corrientes, o reglamentarios, entre otras cosas porque esas prácticas inhumanas han sido adoptadas a través de los tiempos como sistemas de formación, dizque para enseñarle a la gente de armas a ser dura.

Qué concepto tan equivocado: en lugar de la dureza o la educación del carácter, tales despropósitos pueden inculcar la violencia, la ordinariez, los ademanes despóticos, conductas que más tarde influirán en el trato con los demás y crearán estados peligrosos en la sociedad.

Y dejan secuelas sicológicas, pues la humillación y la tortura, al degradar al individuo, crean resentimiento. Tratando de que el hombre sea ‘macho’, como sin duda es lo que pretenden estos métodos antinaturales, al ofendido se le vuelve salvaje, con un resultado desastroso: el maltrato que a él le dieron, buscará ejecutarlo en otras personas cuando tenga mando.

En el pasado reciente se ha sabido de soldados insolados bajo la orden de algún oficial o suboficial que se extralimitaron en sus funciones; o de soldados torturados, como ocurrió con veintiuno de ellos durante ejercicios de entrenamiento en el Tolima; o se ha conocido el infame capítulo, sucedido hace muy poco tiempo en Bogotá, de dos menores de edad quemados con gasolina en una estación de policía.

Ahora ocurre el ‘bautizo de sangre’ con que fue recibido este policía indefenso, pero consciente de lo que iba a sucederle (¿cómo protestar si esa era la regla establecida?), a quien, a manera de inri oprobioso, lesivo para su dignidad y su hombría, se le advirtió que “el honor de ser carabinero cuesta”.

Una lección difícil de asimilar, e inexplicable dentro del grado de civilización y profesionalismo a que ha llegado la Policía Nacional, tan diferente al de viejas calendas. Por desgracia, algunas mentes retrógradas enturbian, con tales procederes apartados de la razón y prohibidos por las normas internas, la imagen de la institución.

La categórica manifestación del general Naranjo al afirmar que “la Policía Nacional se siente lastimada con la conducta de un individuo que es indigno”, deja la confianza de que en adelante, como tiene que ocurrir, no volverán a repetirse estos hechos bochornosos. 

gustavopaez@cable.net.co

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