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Al final de su mandato, el actual presidente de Colombia tendrá sin duda un récord para mostrar. Ningún otro mandatario durante su periodo habrá tenido más ministros que él. Al empezar su Gobierno los ministros eran 18. Poco después inventó un nuevo ministerio, el de Igualdad y Equidad, y al frente nombró a la vicepresidente, Francia Márquez, pero ni ella (que es de su partido, nadie podría decir que de la oposición) le duró. Cuando Petro nombró a su cuarto ministro del Interior, Benedetti (los anteriores habían sido Prada, Velasco y Cristo), Francia dijo que no se sentaba a la mesa con un maltratador, y se resignó a ser solo vice.
Las cuentas de los cambios ministeriales de este Gobierno no son fáciles de hacer. Cuando Petro cumplió dos años de mandato, según un recuento de El Colombiano, el presidente ya había nombrado 37 ministros (más del doble de los 18 iniciales) y 54 viceministros. Más que el Gobierno del Cambio, eso parecía ya el Gobierno del veri-veri, timonazo va, timonazo viene, y en la inestabilidad se mantiene. En promedio, a este Gobierno los ministros le duran menos de un año. Apenas se están aprendiendo los nombres de las secretarias y funcionarios de carrera (los que quedan), medio comprenden cómo se pueden poner a marchar las cosas en la alta burocracia, cuando se cansan de la ausencia, de la intemperancia o de la incompetencia del primer mandatario, y renuncian. O si le aguantan su desidia y su ciclotimia, es él mismo quien se encarga de echarlos sin siquiera agradecer.
A principios de este año 25, los cambios ministeriales ya iban en 51, y eso sin contar las volteretas que ha habido también en entidades de rango ministerial (o incluso con más presupuesto y poder) como el Departamento Nacional de Planeación o de Prosperidad Social. Precisamente el último encargado de este Departamento, Gustavo Bolívar, renunciado pero aún en funciones, fue callado a los gritos y expulsado a sombrerazo limpio. Lo único que faltó fue la patada donde sabemos. Así le paga el diablo a quien bien le sirve, dice un viejo refrán popular.
Por el Ministerio de Cultura (del que he vivido más pendiente, por mi oficio) han pasado también cuatro personas, cuál de ellas más sufrida: Ariza, Zorro, Correa y Kadamani Fonrodona. La última, pese a la cercanía del tufo de Benedetti, aguanta aún.
La que sí no se aguantó ese tufo, y acaba de renunciar con una carta ejemplar que no solo habla bien de ella, sino que explica por qué este Gobierno se encamina a tener el récord de los récords de cambios ministeriales, fue la recién salida ministra de Justicia, que se va esta semana, harta de rogarle al señor presidente que le recibiera una visita, una llamada, una conversación por WhatsApp. No hubo manera. Cuando el señor presidente no está en viaje real y físico por Roma o por la China, está en algún viaje mental o espiritual, y no hay manera de comunicarse con él. A su lado hay siempre alguien que decide con quién sí y con quién no puede hablar. Antes eso lo decidía Sarabia, la única que hablaba con él y decía quién se le podía arrimar. Caída en desgracia esta última (el nuevo cancerbero le impide incluso a ella subir al avión presidencial), parece que ahora las llaves de los ojos y de los oídos de Petro las tienen el señor de Barranquilla y la que reemplazó a Sarabia como directora del Dapre, de cuyo nombre no logro acordarme.
Hay que resaltar la valentía y la claridad de la renuncia irrevocable de la ministra de Justicia, Ángela María Buitrago, una exfiscal que en su momento fue capaz de enfrentarse a políticos ligados al paramilitarismo, y a generales implicados en desapariciones forzadas. Una valiente y una dura que no se arredra ni se muerde la lengua. Si no, vean: “Mis actuaciones no dependen de influencias, ni amenazas, interferencias o intereses políticos (…). Las personas prestan un servicio y no son simplemente muebles que usted quita y pone (…). Hice llamadas, envié mensajes, intenté reunirme con el presidente para contarle, pero no fue posible”. Aguantó once meses en el cargo; todo está dicho ahí.
