¿A qué horas trabajan?

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Héctor Abad Faciolince
05 de febrero de 2023 - 02:05 a. m.
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Dejé de entrar a Twitter hace dos años, en febrero de 2021. Salvo picos muy puntuales en momentos de adicción hiperactiva, no creo haber sido un tuitero muy presente ni muy entusiasta. Aun así, perdí valiosas horas de mi vida leyendo insultos, desmintiendo calumnias, discutiendo inútilmente con interlocutores que no pretendían argumentar, sino distraer, ofender. Todo ese tiempo perdido lo veo ahora como uno de los peores errores de mi vida adulta. Lo único que me dejó fue irritación, molestia, egocentrismo ridículo y herido. Hablo de Twitter como los alcohólicos rememoran las borracheras de su vida pasada en las cantinas.

Una red social tan tóxica como esta se presta para el peor negocio que podemos hacer en la vida: sufrir y hacer sufrir. Derrotas de la vanidad, victorias pírricas (el orgullo tonto de tener 600.000 “seguidores”), veneno que se inyecta o se recibe, información dudosa, noticias que parecen urgentes y no lo son, prioridades perversas, deformación absurda de una realidad paralela muy dañina. El solo recuerdo de ese tiempo perdido me deprime; de tanto afán y tanta adrenalina lo único que me queda es arrepentimiento, libros que no leí, amigos con los que no estuve.

Sé que tanto personas que admiro como personas que desprecio se pasan el día y la noche en Twitter. Como niños adictos a los videojuegos, no pueden parar. Trinan como quien dispara armas letales, y erigen escudos para defenderse de disparos ajenos. A veces me pregunto ¿a qué hora trabajan? “No has entendido nada”, me dice un amigo: “ese es su trabajo, tuitear. Gracias a Twitter se han vuelto importantes y así se ganan la vida. Pasan de una red social al Congreso, a un ministerio, a un contrato jugoso con una alcaldía; es mucho más rentable que trabajar en una emisora o en una oficina”.

Está bien, pero si ya han llegado a la cumbre del poder y de los cargos posibles, si ya son presidentes, como Trump o Petro, ¿por qué se pasan horas en esa red social en vez de trabajar? Es su manera, supongo, de mantener el contacto con sus fans, o con sus electores, con la masa de quienes los veneran de un modo acrítico, y la otra masa análoga de quienes los odian. Los unos aúllan de dicha y los otros de ira. Es como estar a toda hora en una plaza pública, imponiendo la agenda a base de consignas, eslóganes, venganzas, amenazas y puyas. Halagando a los seguidores y maltratando a los detractores. Es el circo perfecto para los activistas, los agitadores y los energúmenos.

A finales del año pasado tuve la dudosa fortuna de pasar un par de horas al lado del presidente de la República sobre una tarima, en un acto público. Lo que más me llamó la atención, fuera de su tos viral (o nerviosa), fue su incapacidad de no estar acudiendo al teléfono todo el tiempo. Como no soy fisgón, no sé si estaba en Twitter, en WhatsApp, en una red privada de la Presidencia, en Telegram, en Tinder… Ni idea. De vez en cuando tecleaba con la agilidad de un adolescente. Por un momento intentaba concentrarse en los discursos, en lo que sucedía en el auditorio real donde estaba, pero no podía. Una y otra vez volvía a caer en la tentación del celular, como un dipsómano que se sirve otro, y otro, y uno más.

Según un estudio del periodista Javier González Penagos, en el último mes el presidente Petro “acudió a la red social de Twitter en 422 oportunidades”; entre 13 y 14 interacciones por día, con picos de más de 50 trinos, hilos, retuits o respuestas en algunos días. En este mes, según González, “en al menos 39 oportunidades se ha dedicado a cuestionar y amonestar lo dicho por medios de comunicación”. A veces el presidente denuncia como falsos datos que los periódicos han obtenido del mismo gobierno. ¿A qué horas trabaja uno si en un día escribe o responde 50 tuits? “No has entendido nada, ese es su trabajo”, respondería mi amigo.

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