Mientras una asamblea constituyente se devana los sesos para redactar la nueva Constitución de Chile en lenguaje incluyente (les ciudadanes, lxs senadorxs, las los les y lxs mencionad@s, y otras propuestas así), hoy domingo se vota en primera vuelta para llegar a un escenario que podría anunciar lo que se nos viene encima también a “les colombianes” el año entrante: una segunda vuelta entre la extrema derecha feudal, retardataria y fascista (háganse de cuenta la descabalada senadora Cabal), representada por José Antonio Kast, enfrentado al hijo consentido del autodenominado “estallido social” o “despertar de Chile” (que es como se conocen allá a las protestas, incendios y saqueos de los meses finales del año 19), Gabriel Boric. Que entre el diablo y escoja. La candidata demócrata cristiana, la centrada Yasna Provoste, de tendencia socialdemócrata, parece tener menos opciones de llegar a la segunda vuelta.
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Bien sea que gane el adalid del orden y la patria, gran defensor de Pinochet, la familia tradicional y la seguridad, Kast, o el defensor del vandalismo, el saqueo de supermercados, la quema del metro, de sedes de periódicos e iglesias, Boric, el porvenir de Chile parece un intento por tirar a la basura todo lo bueno y lo malo que consiguieron los gobiernos de la Concertación de centro izquierda durante varios decenios. La ilusión del regreso a un supuesto pasado moral en que no había homosexuales ni insumisos, sino obedientes reclutas, o la ilusión revolucionaria de un futuro perfecto en el que la mano dadivosa del Estado acabará con la injusticia de que haya ricos y pobres, para lo cual expropiará a los primeros para entregar a los segundos. Obviamente ambas ilusiones chocarán con la terca realidad, que es mucho más compleja que las soluciones reaccionarias o revolucionarias.
Acabo de estar por primera vez en Valparaíso, la ciudad que fuera el gran puerto de Chile durante siglos, así como la capital cultural del país, con su primera biblioteca pública y con instituciones sólidas que habían logrado un importante bienestar general. Hoy la ciudad, tras los terremotos e incendios accidentales que la destruyeron, y tras las revueltas del año 19, que la incendiaron y saquearon por voluntad o gregarismo de la turba, se hunde en una maltrecha decadencia. Todo aquello que revelara algún vestigio de belleza o dignidad (la catedral, las mansiones antiguas, la sede del Mercurio) fue quemado y vandalizado. Prácticamente no hay fachada que no haya sido colonizada por grafitis de toda índole: horrendos, ingeniosos, cursis, sentimentales, deprimentes, sucios… La idea que parece estar detrás de esta intervención visual a gran escala es la siguiente: si yo vivo en un entorno feo en mi barrio, debo lograr que toda la ciudad concuerde con esa misma fealdad. Si yo estoy abajo, debo arrasar con todo aquello que parezca un arriba.
La filósofa de Valparaíso, Lucy Oporto Valencia, no ve en el tal “estallido social” ningún despertar o renacer de Chile. Para ella todo esto que se presenta como un cambio hacia adelante, no es más que la manifestación extrema de una estética narco decadente, lumpenconsumista, antiestética y degradante, que intenta despojar de todo valor espiritual a la belleza de las cosas materiales. Esta degradación de la protesta, a su vez, ha despertado los peores demonios de la vieja derecha, que propone restaurar con mano férrea el orden y la tradición, desde una postura elitista, despiadada y autoritaria, para la cual lo único importante es la seguridad de las castas privilegiadas que sienten en peligro su dinero.
El Chile de hoy puede servirnos como espejo para entender también lo que nos puede pasar aquí en el clima de polarización y furia que vivimos. Propagar el miedo hasta un nivel en el que solo un dictador sanguinario nos puede proteger de la debacle. Exacerbar los ánimos hasta el punto de que todo lo construido parezca despreciable y nada se pierda si lo destruimos.