La nieta de don Guillermo Cano, María José Medellín Cano, con el mismo temple ético de su abuelo, escribió el jueves pasado un gran artículo en El Espectador en el que se debatía entre “el deber y la responsabilidad de contar la historia, incluyendo a sus personajes desalmados” y “las ganas de no darle ni un segundo de atención a este sicario”. Ella se vio obligada, en aras de la claridad, a escribir su nombre y su alias más conocido, y llegó a la conclusión más certera: la vida del tipo no fue otra cosa que “un historial de mentiras, de manipulación a la verdad y de deudas con la justicia, que siempre lo utilizó para tapar su incompetencia”.
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