No recuerdo quién dijo que nos afecta más una cortada en el dedo meñique que 100 muertos en un terremoto en Turquía. Obviamente a un turco de Antioquía (con tilde en la segunda i) también le importa más su dedo meñique que los muertos de un terremoto en Armenia o en Antioquia (sin tilde). Los seres humanos somos igual de mezquinos y egoístas en cualquier parte del globo.
Será porque no tengo ninguna herida en los dedos, pero esta vez me he sentido muy conmovido por los más de 20.000 muertos de los dos terremotos en Siria y Turquía. Como solo entendemos bien lo que nos imaginamos de cerca, hay que pensar que esta tragedia tiene las dimensiones de la de Armero, en número de muertos, y que el terremoto de Armenia tuvo una magnitud de 6,4 en la escala de Richter y dejó 1.000 víctimas, mientras que los de Antioquía y Siria fueron de magnitud 7,8 y 7,5.
¿A quién se le habrá ocurrido llamar Antioquia a este territorio montañoso en el que vivimos los paisas, la quinta parte de los colombianos? Para empezar, su pronunciación, sin tilde en la segunda i, es la más co rrecta etimológicamente. La Antioquía original, ciudad fundada por Seleuco I Nicátor, uno de los generales de Alejandro Magno, se llamaba en griego Ἀντιόχεια (pronúnciese Antiógia) y todavía hoy en Turquía la capital de la provincia de Hatay destruida por el terremoto se llama Antakya (y se pronuncia antáquia, no antaquía).
A lo mejor los que bautizaron así la tierra donde nací, lo hicieron por los temblores de tierra. De hecho las Antioquías griega, romana y bizantina sufrieron graves terremotos. El primero que se registra fue en el 148 A.C., según el cronista antioqueno Juan Malalas. En tiempos de Calígula, en el 37 D.C., Antioquía sufrió otro gran sismo y el mismo emperador Trajano casi perece bajo los escombros de un temblor más, en el año 115. Ya en época bizantina la vuelve a destruir el gran terremoto de 526. Mamelucos y otomanos resultan luego tan destructivos con Antioquía como los temblores, pero la nueva fe mahometana tampoco protegió a la antigua ciudad de nuevos sismos. Ni los dioses griegos y romanos juntos, ni la Trinidad cristiana con todos los santos, ni el Dios único de los musulmanes han podido proteger a Antioquía de los terremotos. (Por eso más vale estudiar geología que teología).
Lo mismo ha pasado con la Antioquia sin tilde de este lado del charco. Hubo muchos temblores en época precolombina y colonial, pero los registros son pobres, que yo sepa. En 1911 hubo en Medellín un terremoto de magnitud 7,2; uno en Pueblo Rico en 1935; otro en todo el eje cafetero en 1938, de magnitud 7; uno más en el año 52, de 6,7; dos en el 62, de 5,6 y 6,8; en el 77, de 6,6; el ya mencionado de Armenia, en el 99, de magnitud 6,4, etc. Colombia, al estar situada en el cinturón de fuego del Pacífico, es un país con un riesgo sísmico tan alto como la Antioquía del Nuevo Testamento.
Así como uno siente más el propio meñique que los muertos ajenos, es muy difícil aprender en cabeza ajena. Sin embargo deberíamos preguntarnos qué pasaría en Antioquia si tuviéramos un terremoto como este de Antioquía, de magnitud de momento (Mw) 7,8, con epicentro cerca de Medellín. Aquí se han caído edificios mal hechos, sin temblores y por su propio peso. En la Antakya turca, cuenta una crónica de El País, se cayó un edificio que se había vendido como “un trozo del paraíso”, supuestamente levantado “con los más altos estándares de construcción” antisísmica. Doce pisos, 249 apartamentos y con 1.000 habitantes en el momento del terremoto. Se derrumbó como un castillo de naipes y mató cerca de 1.000 personas de un solo golpe. Si aquí hubo ya un sismo de magnitud 7,2 en 1911 (por no hablar de Nariño o el Cauca donde ha habido terremotos de magnitud 8), es muy probable que algo así se repita. La tragedia no podrá evitarse si solo nos miramos los dedos o el ombligo.