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Aquelarre de derecha


Héctor Abad Faciolince

26 de mayo de 2024 - 12:05 a. m.

Uno de los peores efectos de los gobiernos de izquierda pendencieros e incompetentes (como el que aquí padecemos) es que suelen dar origen a gobiernos de extrema derecha aún más pendencieros, fanáticos e incompetentes. Ante un líder bocón y desbocado cuya retórica se centra en intimidar y despreciar a sus adversarios, lo que surge casi naturalmente son anticuerpos de discurso opuesto en los que el insulto, el exabrupto y las burradas son la herramienta más apta para animar y enardecer a unos votantes hartos de la inoperancia del otro lado.

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La tragedia del liberalismo democrático de centro no es que carezca de convicciones o sea moralmente equidistante; tampoco es que no esté alineado con la vida o con la defensa de los derechos humanos. Su tragedia es que debe tener el valor moral (el que ha tenido la Corte Penal Internacional) de condenar tanto a Hamás como a Netanyahu, al mismo tiempo, sin concentrarse en repudiar tan solo al primer grupo terrorista ni en abominar tan solo la respuesta criminal del segundo. Lo verdaderamente firme y responsable desde un punto de vista ético y humano es condenarlos a ambos con fuerza y sin ambigüedades, pues si no se denuncian los secuestros, las violaciones y los asesinatos de los extremistas religiosos de Hamás, tampoco se tiene la autoridad moral para condenar con igual dureza la venganza desmedida y sanguinaria del gobierno israelí, compuesto en parte también por fanáticos religiosos.

Lo peor es que en el mundo emotivo y crispado de las redes sociales solo tienen audiencia, repercusión, likes y retuits, aquellos que ven por un solo ojo y emplean el lenguaje grotesco y desmedido del insulto y la descalificación brutal de una sola de las partes, la adversaria, y disimulan todos los crímenes del lado que prefieren. Va siendo hora, tal vez, de que quienes vemos por los dos ojos usemos una jerga que, aunque seamos más mansos y respetuosos, no ignoramos. Que no crean los camorreros que quienes queremos ser equilibrados no tenemos convicciones; que no piensen los exaltados que si uno prefiere el razonamiento y el diálogo –la lengua– es porque no tenemos dientes. Si solo se oye la violencia verbal de los mordiscos, habrá que aliñar el razonamiento y la ironía con una que otra dentellada.

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El pasado 19 de mayo se aglomeró en Madrid un aquelarre de la extrema derecha más repugnante. Un jefe de gobierno suramericano, a todas luces desquiciado, estalló en un berrinche delirante para enardecer aún más a una audiencia ya exaltada. Ante los racistas de Vox y los herederos del fascismo italiano (el partido de Meloni es el de los nostálgicos de Mussolini), ante el líder europeo más sucio y putiniano (Orban), ante los enviados del abusador Donald Trump, el nuevo ídolo de la extrema derecha internacional, Milei, se dedicó a combinar los insultos con la melcocha sensiblera de familia, Dios y Patria. El que canta por la libertad, carajo, el que prefiere a la mafia que al Estado, el que rompió con sus padres y dejó de hablarles, el que vive amancebado con sus canes, soltó esta arenga para uso de su audiencia de meapilas: “¿Saben qué es lo mejor para los niños? Un padre y una madre que los conoce mejor que nadie”. Hombre, depende de qué padre y de qué madre; los hay buenos y los hay abominables. Y es posible que los propios padres de Milei le dejaran de hablar a él, precisamente, por conocerlo bien. A continuación, el mismo sujeto (voy a usar su lenguaje) con pinta de aberrado se permitió asegurar que la justicia social es aberrante. Tras la sensiblería, el veneno: las mujeres que abortan son asesinas. El calentamiento global es un invento de la ciencia socialista. Milei, aunque se diga economista, en realidad es un simple influencer cuyos libros están llenos de plagios, y alguien que seguramente no ha leído o no ha entendido ni una palabra de Adam Smith, un verdadero liberal compasivo con un profundo conocimiento de las pasiones humanas.

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Inevitablemente los representantes de la extrema derecha internacional que hablaron en el festín madrileño, cayeron en contradicciones flagrantes. Los que acusan de ser invasores a los migrantes de países islámicos, defienden lo mismo que dice el integrismo islámico: invocan a Dios como los otros a Alá, a Cristo en lugar de Mahoma, pero su obsesión es la defensa de la misma familia tradicional (nada de parejas homosexuales), la misma denuncia de la ideología de género o los movimientos LGBT. El anfitrión de Vox, Abascal, celebró que en su cita del Palacio de Vista Alegre se hablaran muchos idiomas, precisamente él que no soporta que los catalanes hablen en su lengua. Otros más, mientras exaltaban la cultura europea, se declaraban enemigos jurados de la Unión Europea. Los representantes de Trump y el mismo Orban (tan cercanos al tirano ruso), no podían taparse los oídos al oír que el derechista polaco declarara que la mayor amenaza para Europa era el amigo de ellos: Putin. Y por último, la flor y nata del más rancio antisemitismo conservador, se vio obligada a aplaudir a un enviado del gobierno de Israel, al que desprecian por judío, pero admiran porque solo usa el lenguaje de la fuerza bruta, la violencia sin freno y el asesinato de palestinos por el solo pecado de ser palestinos.

Lo cierto, en todo caso, es que un esperpento como Milei es la consecuencia natural de una izquierda corrupta, viciosa e incompetente como el peronismo argentino. Y lo malo es que la izquierda que hoy gobierna en Colombia a nada se parece tanto como a un kirchnerismo con pasado insurgente. Ojalá Petro no nos deje de herencia (en vez de su fallida potencia mundial de la vida) a un bruto de motosierra en mano como Milei. Quizá sea hora de que el centro liberal y democrático se decida a abandonar las buenas maneras y les hable a los votantes con el único estilo que ahora entienden por influencia de los influencers y de las nefastas redes: el de la grosería y las burradas que me permito usar aquí para que se sepa que no somos mancos.

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