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ME GUSTA IR GUARDANDO EN LA MEmoria las estupideces que oigo o veo por ahí. Observo incrédulo cómo ciertas costumbres bobas se imponen sin remedio y sin que nadie proteste, por orden de burócratas sin juicio, o por arbitrariedad ilógica de los privados. Voy a darles algunos ejemplos, y les pido a los lectores que me envíen, pues sé que hay muchas más, su propia colección de tonterías que serían fáciles de corregir, si se aplicara sólo una brizna de sentido común.
Para empezar por cualquier parte, me indigna la insensatez de lo que ocurre al final de muchas cuñas publicitarias, sobre todo radiales. Cuando se acaba el anuncio viene una retahíla cacofónica, a mil revoluciones por minuto, que nos informa cuál es la entidad pública que vigila el aviso. La velocidad distorsiona la voz, pues evidentemente las agencias (que pagan por segundo) no quieren perder su tiempo al aire con una imposición burocrática que, una de dos, o es burlada porque no se entiende, o es inútil y se debería suprimir.
No veo por qué el anunciante debe decir que el Invima o Etesa o Superservicios lo vigila. Estoy de acuerdo con que los vigilen, y que si dicen mentiras saquen de inmediato la cuña del aire, o que antes de pasarla la sometan a una aprobación. Pero no veo por qué hay que decir que están sometidas a su vigilancia. Que las vigilen y ya, y si no cumplen, las saquen. La otra posibilidad, en el caso de los medicamentos, es que para usarlos hay riesgos. Si el riesgo es real, y grave, su enunciación se debe entender, e ir al mismo ritmo natural del aviso, pues de lo contrario es una burla a la precaución.
Vengamos a los controles de seguridad a la entrada de los parqueaderos. Estos, obviamente, son un acto simbólico, más que una medida de vigilancia. Quién va a creer que un espejito convexo, pasado a las carreras por el borde de un carro, puede detectar la presencia de explosivos. He hecho la prueba y he entrado con maletas en el baúl del carro. Nadie abre esas maletas, y podrían ir llenas de dinamita. Bien sea por el afán o por el cansancio (o porque sabe perfectamente que lo que hace es idiota), el vigilante pasa su espejito solamente por el lado donde está de pie entregando el ficho (otra idiotez). Si yo soy terrorista, pongo los tacos al lado contrario, y ya está.
Varias veces he perdido tijeritas y cortauñas a la entrada de los rayos equis en el aeropuerto. También me han quitado botellas de ron. Lo raro es que a los pasajeros de clase ejecutiva les ponen la mesa con cuchillos metálicos, y les sirven botellas de vino enteras y de vidrio. Si yo fuera pupilo de Bin Laden, y de verdad capaz de secuestrar aviones con cortauñas, cuántos rascacielos no sería capaz de tumbar con una botella despicada y con un cuchillo de carne de Bussines Class.
Hablando de Bussines Class. Hace poco, de tanto volar, me dieron una tarjeta de esas que dan acceso a las filas y a las salas vip. El primer día, muy feliz, me metí a un antro de esos: resulta que en Colombia hay mucha más gente vip que gente normal. Las filas vip son más largas y las salas de espera están más llenas que las corrientes, pero con tal de estar ahí apeñuscados y que nos crean importantes, nos hacemos matar.
Desde principios de este año pusieron otra idiotez. Cuando uno pide libros por internet, si pesan más de un kilo, le cobran impuestos de importación. Esto, más que una estupidez, es una violación de convenios internacionales sobre la libre circulación de los libros.
Termino con otra bobada fronteriza y con una última estupidez publicitaria. ¿Por qué será que en las ciudades que quedan cerca de Venezuela está prohibido vender gasolina barata? Si los venezolanos quieren vender la gasolina más barata que el agua, la están regalando; y si esa gasolina viene a dar a Colombia, el problema es de ellos, no nuestro, y no hay por qué perseguir a los pimpineros. Y la publicitaria: ¿por qué durante los partidos de fútbol la invasiva e insoportable publicidad, con ruido y con imágenes, tiene que estar siempre encima del balón?
