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Nadie puede impedir a una mujer lesbiana que se haga una inseminación (natural o artificial) para tener un hijo.
Si su condición de homosexual fuera impedimento moral o legal para ser madre, la Procuraduría debería promover una ley que prohíba a las mujeres lesbianas tener hijos naturales. Si esa ley existiera no sólo sería inicua, sino también inocua: la mujer lesbiana ocultaría su condición de tal y se haría inseminar. ¿Iría tan lejos la procuradora delegada Ilva Myriam Hoyos como para iniciar un proceso para despojar a esta mujer de una hija concebida de tal forma? También un hombre homosexual podría fecundar el huevo de un banco de óvulos y contratar a una mujer (donde esté permitido) para llevar a término la gestación. ¿Habría que prohibir también esta forma de paternidad, simplemente porque a quien quiere hacerlo le gustan las personas de su mismo sexo?
El caso de la adopción de niños abandonados o sin padres no es muy distinto. Lo único que cambia es que en este caso la mujer lesbiana o el hombre gay que quieren tener hijos no serían los padres biológicos. En los próximos meses la Corte Constitucional deberá decidir si la orientación sexual de un padre o una madre potenciales es relevante para decidir si éstos pueden adoptar niños o no. La Corte aceptó estudiar una tutela al respecto, interpuesta para defender tanto los derechos de un par de niños a conservar el padre que los cuidaba, como los de su padre adoptivo, el periodista Chandler Burr. Al menos hasta ahora la orientación sexual de un soltero o una soltera adoptantes no tiene importancia a la hora de entregarles un niño abandonado.
La Iglesia católica entró en cólera esta semana al conocerse que la Defensoría de Familia ordenó que los jovencitos fueran devueltos al padre adoptante, el señor Burr. En una declaración que daría risa si no fuera por la alta posición que ostenta quien la hizo, el secretario de la Conferencia Episcopal Colombiana, monseñor Juan Vicente Córdoba se preguntó lo siguiente: “¿Por qué no le dieron dos niñas? ¿Por qué preciso dos varones, a un homosexual? Con dos niñas no tendría ninguna atracción hacia ellas; si hay papás heterosexuales que abusan de hijas, e incluso de hijos, con mayor razón le da a uno miedo con un señor homosexual”. Siguiendo con esta misma lógica del miedo (que no revela otra cosa que una fijación obsesiva en las perversiones sexuales), uno se pregunta si los obispos colombianos habrían hecho el mismo escándalo en caso de que un soltero heterosexual hubiera adoptado a dos niñas. ¿Se alarmaría monseñor Córdoba de que el adoptante pudiera sentir “atracción hacia ellas”?
A veces da la impresión de que los sacerdotes pasan demasiado tiempo en el confesionario oyendo los pecados de sus feligreses. Y de tanto oír oprobios, aberraciones, abusos, empiezan a creer que todo el mundo es de la misma calaña que sus pecadores rutinarios. La relación de los jerarcas de la Iglesia católica con la sexualidad tiene dos constantes: la obsesión y la fobia. Detrás de esto hay una regla psicológica humana: “hablan mucho de sexo quienes poco lo practican”. ¿En qué piensa una persona con mucha hambre? En comida. ¿En qué vivirá pensando un hombre repleto de hormonas y obligado al celibato que no puede siquiera descargar sus ansias tocándose a sí mismo? En sexo. Esa es la fuente de la obsesión. La fuente de la fobia es que se sienten asquerosamente sucios cuando no pueden evitar caer en los pecados-de-la-carne. No entienden que el sexo solitario o el sexo consensual entre adultos es agradable e inocente.
Ni siquiera a los criminales o a los asesinos se les quitan sus hijos o se les prohíben tenerlos. Está bien que se les prohíba adoptarlos. Pero los homosexuales no son enfermos, ni violentos, ni peligrosos. Su orientación sexual no es contagiosa. Convivir con gays es tan dañino para los niños como convivir con zurdos. Cuando las parejas homosexuales puedan adoptar libremente seremos un país mucho más civilizado.
