Este fin de semana cayó el 12 de octubre, gran fecha de la discordia. Cuando yo estaba chiquito, me parece que fue hace apenas un instante, a esta fecha se la llamaba, con pompa, mentira y grandilocuencia “el día de la raza”. ¿Cuál raza, hombre, por Dios, si en este mundo no hay razas? Lo que era –y en últimas, lo que sigue siendo– no es más que la reedición de un combate de los que aquí se creen españoles y herederos de la tradición hispánica y católica, contra los que se creen indios y herederos y dueños de los saberes de las poblaciones y culturas originarias. Y en últimas no somos ni lo uno ni lo otro. Somos, como decía mi amigo Alberto Aguirre, citando a Baudelaire, “el puñal y la herida”, es decir, irremediablemente, ambas cosas, y mientras no nos reconciliemos con nosotros mismos, con lo que somos, con nuestra madre indígena o negra y nuestro padre español, nos seguiremos insultando, odiando y matando por los siglos de los siglos. Va siendo hora de que quienes se creen puros, ingenuos, limpios y buenos acepten finalmente su mescolanza con aquellos a quienes creen impuros, solapados, sucios y malos.
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Apenas este año vine a conocer (es decir, a leer) a un gramático, poeta y traductor zamorano, Agustín García Calvo. De él ya me aprendí uno de sus “sonetos teológicos”, el que empieza así: “Enorgullécete de tu fracaso/ que sugiere lo limpio de la empresa”. Pero a propósito del 12 de octubre me gustaría citar otro poema suyo, bastante más largo, en el que se refiere a esa aventura o desventura histórica que redondeó el mundo. Y no lo hace de un modo celebratorio, al contrario. Empieza así: “Carabelas de Colón,/ todavía estáis a tiempo:/ antes que el día os coja,/ virad en redondo presto./ Tirad de escotas y velas,/ pegadle al timón un vuelco,/ y de cara a la mañana/ desandad el derrotero./ Atrás, a contratiempo”.
García Calvo, consciente, a posteriori, del lío en que se iba a convertir todo esto, le pide a Colón que dé la vuelta, que no llegue. Es decir, que deshaga la historia con su cúmulo de tragedias, barbaries y malentendidos. Si sigue su camino, le tocará presenciar cosas tremendas de los “descubiertos”, y hacer cosas horribles como “descubridores”. Veamos un ejemplo de lo que encuentran: “Con sacrificios humanos/ aplacan al Dios del Miedo,/ corazoncitos azules/ sacan vivos de los pechos. ¡Atrás, a contratiempo!”. Y ahora un ejemplo de lo que dejan: “Trazan a tiros los barrios,/ a escuadra parten los pueblos;/ se juntan para estar solos,/ se mueven para estar quietos./ Al avanzar a la muerte/ allí lo llaman progreso;/ por túneles y cañones/ sopla enloquecido el Tiempo./ ¡Atrás, a contratiempo!”.
Pero, nos guste o no, en últimas lo que pasa es que Colón sí llegó y a este lado del mar vinieron, queriendo o sin querer, los europeos, los africanos, los asiáticos. Y aunque García Calvo les ruegue o les ordene que se devuelvan (“Por el Mar de los Sargazos/ tornad a Palos, el puerto”), la historia no se puede devolver pues “lo que está escrito está hecho”. Por supuesto que todos los bandos, una y otra vez, quieren reescribir, cambiar o reinterpretar la historia según sus convicciones, su moral de hoy o sus intereses. Pero lo que fue, fue, y no se puede cambiar. La historia es despiadada, como lo han sido siempre los grupos humanos que la han hecho –los de aquí y los de allá– por mucho que se quiera denigrar o idealizar a los unos o a los otros.
Ya que el pasado no se puede cambiar, ya que la propaganda de exigir perdones y obtenerlos no va a cambiar tampoco nada de lo que ya pasó, creo que nos conviene dejar de moralizar el pasado y dedicarnos más bien a tratar de construir un futuro distinto, porque por ahora el presente (nuestro presente aquí y ahora) no sigue siendo otra cosa que la repetición de las mismas barbaries del pasado. Gente que mata, descuartiza, desaparece, quema, arrasa, para que luego los conviertan en prohombres y en gestores de paz.