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Cómo matar de hambre

Héctor Abad Faciolince
07 de abril de 2024 - 09:05 a. m.

El peor Gobierno de la historia de Israel, el más despiadado, el más ineficiente y corrupto, el que más ha dividido a sus ciudadanos y el que peor ha protegido a sus habitantes es el de Benjamin Netanyahu, el buen amigo de Putin y de Trump. Lo que su ejército está cometiendo en Gaza (a raíz de la incursión sangrienta y repudiable de los terroristas y fanáticos religiosos de Hamás) no es una justa respuesta sino una venganza, un operativo de expulsión y castigo desproporcionado e inhumano. Estos crímenes están produciendo, además, en el mundo entero, un efecto gravísimo para el pueblo judío: el resurgimiento del antisemitismo.

De todo su accionar despiadado, el que más indignación moral genera es la deliberada hambruna que está provocando entre la población civil inocente, entre niños y madres a quienes no se puede acusar de terroristas por el solo hecho de ser palestinos.

Castigar y matar a la gente privándola de comida no es una estrategia de guerra; es un crimen de una maldad tan solo comparable con la cometida por Stalin en Ucrania a principios de los años 30 del siglo pasado. Un gran escritor y periodista judío y ucraniano, Vasili Grossman, contó en su novela Todo fluye (Galaxia Gutenberg, 2008) de qué manera Stalin consiguió producir en el oriente de Ucrania una de las más aterradoras y deliberadas matanzas por hambre de la historia. Voy a citar a Grossman y donde ustedes lean kulaks pueden poner palestinos y donde lean ‘Stalin’ pueden poner ‘Netanyahu’.

En nombre de la justicia y la igualdad y para combatir la peste ideológica de la propiedad privada, a Stalin se le metió en la cabeza que los pequeños propietarios campesinos, dueños de un pedazo de tierra y pocos animales (kulaks) eran unos vampiros que se enriquecían a costa de los obreros y campesinos más pobres. Como la comida no podía ser un negocio, les expropió la tierra, y los obligó a entrar en koljós o cooperativas agrícolas estatales. Como los kulaks prefirieron comerse el ganado que entregarlo, y hacer vodka con su trigo en vez de regalarlo, empezaron por fusilar a los jefes de familia. Luego deportaron a familias completas, en trenes de mercancía sellados, a “áreas de asentamiento para kulaks”, (léase gulags o campos de concentración). “Incluso los hijos de los kulaks les parecían abominables, y las niñas eran peores que los piojos. Miraban a aquellos campesinos como si fueran ganado, cerdos. Los kulaks no tenían ni personalidad ni alma, apestaban, eran enemigos del pueblo y explotaban el trabajo de otros”.

Una vez fusilados, eliminados o expulsados los kulaks, quedaban los campesinos más pobres a quienes se obligó afiliarse a los koljoses. Así llegó el castigo de la hambruna. A estas cooperativas estatales se les asignaron cuotas de producción imposibles de cumplir. ¿Por qué no cumplían las cuotas? Porque, según Stalin, los campesinos “eran kulaks encubiertos, holgazanes en cuyas cabezas seguía imperando la propiedad privada”. Entraron en sus isbas y les quitaron todo, hasta el último mendrugo.

Con el hambre se comen hasta los gatos y los perros. Por supuesto que ya no hay gallinas ni huevos, mucho menos leche. “Cazaban ratones, ratas, víboras, gorriones, hormigas, lombrices, comenzaron a moler los huesos para hacer harina, a triturar la piel, las suelas… Los niños gritan, no duermen: también de noche piden pan. La gente tiene los ojos turbios, ebrios. Caminan como sonámbulos, tanteando el suelo con los pies, con la mano se apoyan en la pared. El hambre los hace tambalearse… Todos gemían, no con el pensamiento, no con el alma, sino como las hojas que susurran al viento o la paja que cruje”.

“Algunos campesinos habían enloquecido, solo hallaban paz en la muerte. Se les reconocía por los ojos, brillantes. Estos eran los que troceaban los cadáveres y los hervían, mataban a sus propios hijos y se los comían. En ellos se despertaba la bestia cuando el hombre moría en ellos. Vi a una mujer, la habían traído bajo escolta. Su cara era la de un ser humano, pero tenía los ojos de un lobo. Dicen que a estos, los caníbales, los fusilaron. Pero ellos no eran culpables; culpables eran los que llevaron a una madre hasta el extremo de comerse a sus hijos. Es por hacer el bien, el bien a la humanidad, que llevaron a las madres hasta este punto”.

“La hambruna era absoluta. La muerte se abatió sobre el pueblo. Primero niños y ancianos, luego personas de mediana edad. Al principio los enterraban, luego dejaron de hacerlo. Había cadáveres por todas partes, en las calles, en los patios; los que murieron de últimos se quedaron acostados en sus isbas. Se hizo el silencio. Todo el pueblo murió. No sé quién fue el último”.

En la hambruna que la locura ideológica estalinista produjo en Ucrania murieron más de siete millones de personas. La gente de esta parte del mundo ni lo supo. Ahora que hay más información, el mundo no puede permitir la hambruna de Netanyahu, es decir, el exterminio por hambre de Gaza.

 

Alejandro(03675)10 de abril de 2024 - 05:01 p. m.
De acuerdo parcialmente, no se puede olvidar que el estado de Israel cuenta con el apoyo incondicional de los estados poderosos de occidente.
Duncan Darn(84992)08 de abril de 2024 - 07:41 p. m.
Curioso que nadie en el foro le dijo que debía dedicarse a su oficio de escritor antes que a comentarista politico. Por algo será!...
-(-)08 de abril de 2024 - 02:49 p. m.
Este comentario fue borrado.
Edgar(43445)08 de abril de 2024 - 10:56 a. m.
Excelente su columna don Héctor .....Usted ha destapado lo que la prensa quiere ocultar con su silencio cómplice..
José(9532)08 de abril de 2024 - 02:08 a. m.
Desvaríos del columnista: ni siquiera nombra a los palestinos, la mayor parte del escrito lo dedica a Stalin y para rematar nos sugiere que biden no es amigo del genocida primer ministro. Cada vez más cerca de emular al vargas llosa.
  • Imelda(23356)10 de abril de 2024 - 03:35 p. m.
    MUY DE ACUERDO, apenas menciona a los palestinos
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