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DECÍA LA ROCHEFOUCAULD QUE muchas personas no se habrían enamorado jamás si no hubieran oído hablar del amor. ¿No pasará lo mismo con la crisis financiera? Me explico: muchos norteamericanos están dejando de ir a los malls, su diversión más frecuente, su droga antidepresiva, y han dejado de comprar por comprar —que es su manera de entender la felicidad—, pero no porque hoy tengan menos plata que ayer, sino simplemente porque leyeron en la prensa y vieron en televisión que hay crisis económica.
En estos días los gringos están comprando tan pocas cosas, para los niveles de Estados Unidos, que en algunas tiendas ya están poniendo los avisos de rebajas, de SALE, que habitualmente están reservados para después de Navidad. Objetos recién llegados de las fábricas a los almacenes ya tienen el cartelito de 50% de descuento. Entonces me pregunto: ¿Cuántas personas habrían dejado guardadas sus tarjetas de crédito y cerradas herméticamente sus billeteras, si no hubieran oído hablar de la crisis?
Las crisis financieras, por lo menos en un primer momento, no son asunto de pobres, de la gente que vive en el límite de la supervivencia y no tiene inversiones, sino algo que afecta a quienes tienen ya un buen nivel de consumo. La cosa, si no entiendo mal, ocurre así: un grupo de personas deja de pagar la hipoteca o la tarjeta de crédito; unos inversionistas ricos pierden plata con esta falta de pago, pues ellos viven de esos intereses. Se empieza a hablar de crisis, quiebran los bancos que más especulaban con préstamos impagables, y mucha más gente —por temor al futuro— deja de endeudarse para consumir. Los productos se quedan en los estantes, no hay más pedidos a las empresas, las empresas tienen que echar gente, las familias no compran sino lo indispensable, con lo cual empieza el desplome del sistema, en una caída que conduce hacia la depresión.
Cualquiera que haya ido a Estados Unidos se habrá sorprendido de la manera desaforada de consumir que tienen los gringos (o que tiene cualquiera que se traslade a vivir allá, o que simplemente vaya de paseo): es un país que parece diseñado para obligarte a gastar incluso lo que no tienes, y a endeudarte para seguir gastando en lo que no necesitas. Es un misterio que personas que ya tienen reloj quieran comprar otro reloj, y después otro reloj, y luego otro, y otro. Y así con cualquier objeto útil o inútil: zapatos, hornos, televisores, carros, gafas, mesas... Es muy común que los gringos, por ejemplo, tengan todos los muebles de su casa, y tengan además arrumados en el garaje otra cantidad parecida de muebles que serviría para amoblar por completo una nueva casa.
Excluyendo la comida, si un gringo dejara de gastar en cosas, podría vivir durante años con lo que ya tiene: le duraría la ropa, le funcionarían los electrodomésticos, el carro seguiría andando, la cama estaría bien, no sería necesario cambiar el celular ni el computador. Pero la maquinaria del consumo requiere, para que haya obreros produciendo, y empleados vendiendo, que haya también una masa de consumidores comprando y renovando cosas que ya tienen.
Si este engranaje se atranca o empieza a chirriar con lo que llaman crisis, si las deudas se vuelven impagables y el consumo cae, de la crisis se pasa a la recesión, que consiste en que las empresas ya no producen tanto como antes puesto que no reciben pedidos suficientes. A esto sigue el aumento de los despidos, y con el crecimiento del desempleo, la producción se va al suelo y se llega a la depresión: gente sin empleo que se siente muy mal porque no puede comprar; montones de furibundos que creen estar viviendo peor que antes, no porque no puedan comer, sino porque no pueden comprar.
Pero yo me pregunto: ¿Si alguien les informara que no importa, que también se puede vivir con un solo reloj e incluso sin reloj y que es más importante tener tiempo que relojes? Así como un enamorado triste se podría curar si comprendiera que el amor no existe, quizá un consumista en crisis de abstinencia podría evitar la desesperación si se diera cuenta de que la alegría que produce el consumo es sólo una ilusión.
