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¿Cualquier presidente es igual?

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Héctor Abad Faciolince
25 de enero de 2009 - 03:00 a. m.
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LA VIEJA TESIS DE LA EXTREMA IZquierda y de todos los cínicos es que los presidentes de Estados Unidos son marionetas del complejo industrial y militar, del lobby judío de los banqueros, de los petroleros de Texas y de los empresarios del entretenimiento (pornografía, casinos, televisión, medios).

Que son figuras de cartón puestas ahí para que los pobres votantes, y los pobres a secas, tengan la ilusión de que toman decisiones y viven en una democracia, pero que en realidad todo lo decide una pequeña élite corrupta de plutócratas que defienden únicamente su insaciable e ilimitada voracidad de lucro individual.

El caso es que llega este hombre, Barack Obama, y el mismo día de su posesión dice, refiriéndose a las guerras de su país en Irak y Afganistán, que la opción no es entre la seguridad y los principios, sino que se puede defender la seguridad sin traicionar los ideales, y que las guerras, incluso las guerras modernas, se pueden ganar respetando las normas de los Padres Fundadores y que hay comportamientos decentes que no se negocian. (¿Entenderán aquí que la guerra —justa— contra la guerrilla no se gana con falsos positivos, ni matando sindicalistas, ni desapareciendo líderes de los barrios, ni apoyando grupos paramilitares y desplazando campesinos?).

Dice la pesimista y maximalista (y triste) extrema izquierda que todo son pañitos de agua tibia, que vivimos en el peor de los mundos posibles, que ya el ogro gringo enseñará de nuevo los colmillos en Palestina, en Cuba, en Venezuela. Y sin embargo, llega este mulato norteamericano y al segundo día de su mandato manda cerrar esa vergüenza planetaria de los últimos siete años, el campo de concentración de Guantánamo, y declara: “nosotros no torturamos”, y cierra las prisiones de la CIA (esas donde ocurrían los Abu-Ghraib), y prohíbe que en adelante, en nombre de la seguridad nacional, se sumerja a los presos en agua, para que sintiéndose ahogados confiesen lo que han hecho y lo que no, incluyendo delitos que probablemente nunca cometieron.

El presidente W. Bush y su corte reaccionaria de cristianos renacidos, de alcohólicos desintoxicados en crisis de moralismo, durante ocho años de pesadilla fanática, pusieron en riesgo una de las mayores riquezas de Estados Unidos: sus universidades, la investigación científica en las fronteras de la física y de la biología. Casi imponen (y McCain era de la misma escuela) que en los colegios se enseñara obligatoriamente el diseño inteligente en las clases de ciencias (igual que en las madrasas del Islam) y se combatiera la peligrosa idea darwiniana de la evolución..

En cambio llega este tipo, Barack Obama, y dice en su discurso de posesión: “vamos a devolver la ciencia al lugar que se merece” y por primera vez en la historia de su país reconoce que Estados Unidos no es solamente una nación de gente religiosa, de personas creyentes en Jesús, en Mahoma, en Buda, en Krishna, en la Torah, en Quetzalcoatl, en cualquiera de los trece mil dioses del Olimpo, sino también de “nonbelievers”, de no creyentes.

Y dos días después de posesionado desempantana y abre lo que el fanático religioso tenía bloqueado: los tratamientos médicos con células madre o totipotentes, y pacientes paralizados por lesiones medulares, y enfermos que sueñan con nuevos órganos que no produzcan rechazo, y madres que no saben si van a dar a luz criaturas con enfermedades devastadoras que solamente producirán dolor y sufrimiento, pueden decidir si descartar o no un embrión, si implantarse células sacadas de sus propios cuerpos para curarse. W. Bush había vetado dos iniciativas del Congreso para poder seguir haciendo investigaciones en este campo, uno de los más prometedores de la medicina contemporánea, basado en creencias religiosas personales y muy discutibles que ningún creyente le puede imponer a toda la sociedad.

En estas mismas páginas Juan Esteban Constaín hizo hace poco una bonita analogía entre la posesión de Obama y las creencias de los antiguos romanos, que miraban el vuelo de los pájaros para pronosticar el futuro de su próximo César. Los arúspices de Obama, decía, podrían haber mirado a esos pájaros que casi derriban el avión de Nueva York, pero que un sabio piloto pudo dominar y conducir a una salvación prodigiosa. La espantosa crisis económica en que W. Bush dejó hundido a su país y al mundo son esos pájaros aciagos que han puesto en peligro la estabilidad de todo el planeta.

El presidente Obama —porque no todos los pilotos son iguales— nos permite alimentar la ilusión, con las cabañuelas de sus primeros cuatro días de gobierno, de que nos esperan cuatro años, si no de sueño, al menos sí muy distintos a los ocho años de pesadilla de Bush.

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