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Cucarachas o manzanas

Héctor Abad Faciolince

17 de junio de 2023 - 09:00 p. m.

Hay dos teorías antagónicas: la del caso aislado que, si se lo confina debidamente, detiene la peste; y la del solo caso que, una vez descubierto, significa que la epidemia ya circula en la población. Su representación más gráfica es la manzana podrida (se la saca del saco y las demás quedan sanas) o la cucaracha (cuando ves una es porque ya el palacio está invadido y es un nido de cucarachas).

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En Colombia el ejército nacional siempre ha sostenido, para sí mismo, la teoría de la manzana podrida. No importa que esas manzanas sean decenas, centenas de soldados, oficiales, capitanes, generales… ¿Los falsos positivos? Manzanas podridas. ¿Los mercenarios en Haití? Manzanas podridas. ¿Los generales Rito Alejo o Montoya? Manzanas. No se extrañen si un espectador ingenuo como yo ve más cucarachas que manzanas en estos hallazgos.

Tres casos más o menos distantes en el tiempo me llevan a preguntar si en el caso del gobierno actual estamos ante una situación de manzanas o de cucarachas. El primero es ese viejo video en el que Petro aparece recibiendo una bolsa llena de dinero en efectivo. ¿Cuánto? Nunca se supo bien. ¿De quién? Dijeron que era una contribución legal de un destacado arquitecto especialista en guadua. El candidato de entonces acusó a quien filmó esa entrega inocente de haber cometido “el peor error de su vida”. ¿Por qué? No lo entendí nunca. El otro caso, más reciente, es el del primogénito de Petro. También ahí, según la despechada esposa traicionada, se trataba de dinero en efectivo, mucho, en bolsas y maletas que entraban y salían del apartamento de ambos, para la campaña y para comprarse una casa. El presidente se escudó en que a ese hijo él no lo había criado. Otros aguaceros taparon aquel escándalo.

Ahora, en estas semanas de niños perdidos y felizmente encontrados, dicen que se robaron un puñado de dólares, si mucho siete mil, que habían sobrado de viáticos, unos treinta millones al valor de hoy. La misma periodista que se enteró de los dólares, habla ahora de pesos, y ya no de treinta millones, sino de tres mil. ¿Esto será verdad, será exageración, será un invento? Ni idea. Mientras no haya pruebas más sólidas que una fuente anónima, hay que presumir la inocencia de la joven asesora y del presidente. Lo que sí es curioso es que, en el comunicado para desmentir la noticia, el presidente diga que ha “tenido amistad con los dueños de la revista Semana” y saque a relucir que les hizo favores gratis (él subraya que gratis) en sus peleas con el GEA. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? No entiendo bien. Uno como novelista tiende a hacer inferencias, a ver insinuaciones, subtextos, advertencias, en lo que podría ser tan solo una nota al margen, una anécdota, una muestra más del desinterés pecuniario del mandatario.

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Tanto el presidente como su mano derecha despedida provisionalmente de palacio, Laura Sarabia, se expresan con el mismo guion, como si tuvieran el mismo abogado: que jamás han visto junta tanta plata. No es verdad: una campaña política presidencial cuesta mucho más de tres mil millones y esto lo dicen hasta los mismos libros de contabilidad oficial de su campaña. Los topes son mucho más altos y en su caso fueron el triple, oficialmente, casi nueve mil millones.

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Lo que no sé es si uno realmente monta todo un operativo de polígrafos y de chuzadas ilegales por siete mil dólares. Podría ser, incluso podría explicarse por un exceso de celo del coronel que se suicidó, quizá, y que alcanzó a pagar, parece, cincuenta millones para su defensa al abogado recomendado por la presidencia. ¿Cincuenta millones al abogado que debe defenderlo por estar buscando treinta millones? Es raro, no me cuadra.

No sé si estamos ante manzanas podridas (Benedetti y sus quince mil millones sería la manzana) o ante cucarachas. No insinúo ni afirmo nada. Soy un espectador que escribe en El Espectador y lo pregunta. Algo huele a podrido en Dinamarca, digo, en Cundinamarca.

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