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Cui bono, ¿a quién le conviene? Esto es lo que hay que preguntarse cuando un crimen, un atentado, una amenaza se producen.
¿A quién ha beneficiado —políticamente— el infame atentado contra Fernando Londoño? A la extrema derecha, cuya retórica catastrofista se fortalece: el país en manos de Santos, el país sin Uribe, va hacia el abismo, gritan. ¿A quién le convendría un atentado contra Piedad Córdoba? A la extrema izquierda favorable a la guerrilla, es decir, a quienes piensan que acá no hay opciones para la oposición democrática; que aquí asesinan a quien tenga una postura radical de izquierda.
Esto no quiere decir que el atentado contra Londoño haya venido de ese sector al que su muerte le hubiera convenido para afirmar sus tesis (la tesis de que Santos le está entregando el país “al terrorismo”). Precisamente aquí la guerrilla es tan bruta y tan torpe, que es probable que las Farc hayan sido las que atentaron contra Londoño, sin darse cuenta de que ese atentado le conviene sólo a la extrema derecha. Tampoco quiere decir que las amenazas contra Piedad Córdoba vengan de la izquierda. Vienen de la derecha, y el atentado lo cometería la derecha infame, que también es muy bruta, a pesar de que un magnicidio así sólo fortalecería las tesis de la extrema izquierda.
¿Y de dónde vienen, entonces, las amenazas y el atentado abortado contra el gobernador Sergio Fajardo? Cui bono. ¿A quiénes les conviene que se suspenda su accionar tranquilo contra los corruptos y a favor de una presencia del Estado en todos los rincones de Antioquia? ¿A quiénes les conviene el caos? A los que viven del caos, de la corrupción y de la ausencia estatal. A los que nadan en el caos como peces en el agua. Cuanto menos Estado haya, mejor para las mezclas de guerrilla y narcotráfico, de minería ilegal y bandas criminales, de corrupción en los pueblos y robo a mano armada de los recursos del Estado.
Colombia, en los últimos años, ha alcanzado un equilibrio muy frágil. En un país con instituciones tan débiles basta una serie de atentados con buen ritmo mediático, basta caer de nuevo en la tentación del magnicidio para que todo se desbarate y se descuaderne otra vez. Y en el río revuelto del caos los únicos que volverían a tener voz serían los de siempre: el Mesías y supuesto salvador, y los grupos fanáticos en guerra, las guerrillas y los paras reencauchados en bacrim: los otros señores de la guerra.
Hoy hay en Colombia un poder sereno que no quiere polarizar ni ser un poder despiadado y arrasador. Ese tipo de poder lo encarnan personas como el presidente de la República y el gobernador de Antioquia. Ellos han marcado un rumbo por medio del cual un Estado democrático, respetuoso de los derechos humanos y no corrupto, quiere llegar a las regiones más apartadas, donde nunca se ha sentido el débil palpitar del lejano corazón de las instituciones. Esa democracia efectiva y serena no les gusta a los extremistas, que nadan bien en aguas sucias y en ríos revueltos, en olor a pólvora. Es a ellos a quienes les conviene el caos, porque el caos sin reglas es su elemento: ahí pelechan.
Vivimos un momento dramático en el que, o defendemos esta vía lúcida hacia un país más democrático y civilizado, o volvemos a los años de los magnicidios, las bombas, el desangre narcoguerrillero y narcoparamilitar, y la guerra a muerte entre montones de intereses corruptos. Es el momento de rodear y defender a quienes ejercen un poder democrático sereno, que no por las amenazas va a caer en la tentación de ser brutal o atrabiliario. En la serenidad y madurez de los amenazados, y en la continuidad de sus políticas sanas es donde está la posible redención de Colombia. No en las proclamas bélicas de los guerreros de siempre, de los corruptos agazapados que creían que tendrían siempre el poder en sus manos para seguir robándose el Estado. Bien pensado, quizá los extremistas no sean tan brutos; quizá los extremistas buscan lo que les conviene: el caos.
