Cuanto más tiempo le dedique uno a pelear en cualquier actividad (salvo quizá el boxeo o la lucha libre), menos cosas se hacen y más nos distraemos de lo que queremos alcanzar. Si uno concibe la vida como una guerra permanente, como una lucha continua, se vuelve experto en guerrear y nada más. La lucha deja de ser un medio y se convierte en fin. “Un luchador”, dirán en el entierro, y habrá quien aplauda, pero el resumen de la vida serán entonces las luchas, las batallas y no los logros.
No es el cambio, sino la pelea por el cambio. Y como nada cambia, la culpa es de los otros que no nos dejan cambiar. En lugar de cambiar, es decir,...
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