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Escribo esto mientras la cumbre entre Trump y Putin apenas va a empezar en Anchorage, Alaska. Dos típicos machos alfa, potentes y prepotentes, se arrejuntan para decidir el destino de un tercer país (no invitado) que no es propiedad del uno ni del otro, Ucrania. El gran ausente es un exactor judío, bajito, más omega que alfa, recientemente regañado en público por el macho Trump, y declarado “nazi” por Putin: Zelensky. La invasión rusa de Ucrania, en la que han muerto unos 240 mil soldados rusos, fue diseñada para derrocar o matar a Zelensky, que ahí sigue aguantando, contra todo pronóstico.
Siempre se han caído bien y no han dejado de elogiarse mutuamente, Putin y Trump: el presidente del país más extenso del mundo, Rusia, y el presidente del país más rico del mundo, Estados Unidos. Es curioso que hayan escogido la gélida Alaska como lugar de reunión. En el siglo XVIII los pueblos indígenas de Alaska fueron colonizados por el imperio zarista, pero en 1867 la “Rusia americana” fue vendida a Estados Unidos. El zar Alejandro II estaba escaso de efectivo después de perder la guerra de Crimea (!) con los turcos, y prefirió vender Alaska a los gringos. Los norteamericanos la compraron a razón de $0,02 dólares por acre (un acre es poco más de 4,000 metros cuadrados). En total $7,2 millones, menos de 200 millones de dólares al valor presente. Muchos protestaron por la compra de esa “tierra inútil”. Solo por el gas, el petróleo y la pesca, Alaska fue una ganga. Es el estado más extenso de Estados Unidos, y aunque sus habitantes son menos de un millón, tiene más territorio que Colombia.
Es en Alaska, pues, donde los dos hombres fuertes de dos grandes potencias militares se dan la mano y pretenden decidir el destino de un tercer país más débil. Dije en el título que se trata de dos Calicles. Calicles, por si no lo recuerdan, es el antagonista más acérrimo de Sócrates en el diálogo de Platón sobre la retórica: “Gorgias”. Para Calicles “son los hombres débiles y la masa los que establecen las leyes (…) pues consideran una felicidad tener lo mismo, siendo inferiores. (…) Pero la misma naturaleza demuestra que es justo que el que más vale tenga más que su inferior, y el más capaz que el más incapaz. (…) Es cosa naturalmente justa que todos los bienes de los débiles e inferiores pasen a ser del más hábil y del más fuerte”. Cuando Putin invadió y se apoderó de Crimea en 2014, lo hizo diciendo que esta había sido siempre rusa. Olvidaba el motivo por el cual un zar admirado por él había tenido que vender Alaska, es decir, por no haberle podido arrebatar Crimea a los otomanos. De manera análoga, cuando quiso invadir el resto de Ucrania en 2022, también decía que Ucrania no existía y era solamente una “pequeña Rusia”. Olvidando que Ucrania, sin ser un país poderoso, solo quiere ser ella misma, por mucho que la hayan invadido rusos, mongoles, austríacos, lituanos, polacos y alemanes, entre otros.
Pero Putin piensa como Calicles: que los bienes y el territorio de los más débiles deben pasar a ser de los más poderosos y los más fuertes. Esta opinión no está lejos de lo que piensa Trump, al contrario. Esta teoría es miel en los oídos de quien quiere conquistar Canadá, Groenlandia y Panamá, entre otros.
Sócrates pensaba que la belleza y la felicidad no estaban desligadas de la bondad y de la justicia. Algo parecido pensaba Cristo, y contra esa moral de los débiles escribió Nietzsche su Anticristo y su teoría del superhombre. Hitler y Mussolini también pensaban que el mundo debía ser de ellos, de los más fuertes. Las leyes internacionales se hicieron, sí, tal vez por una unión de los países débiles que no querían ser arrasados por los más fuertes. En el terreno de los seres humanos, y también de los países, el diálogo socrático sigue vivo. Y también la opinión de Sócrates sigue siendo válida: es mejor padecer una injusticia que cometerla. Veremos qué injusticia cocinan en Alaska el envenenador Putin y el trompetista Trump.
