Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Tal vez no existe –en la extraordinaria riqueza y diversidad del territorio colombiano– una región más variada, sorprendente y especial que la chocoana. Su selva es mucho más antigua y primigenia que la amazónica. Cuando la cordillera de los Andes (tras el choque de las placas tectónicas de Nazca y Suramérica) se fue levantando por el occidente de América del sur, esta se elevó por todo el continente casi a la orilla del océano Pacífico, menos en el Chocó y en el Darién, donde las montañas se elevaron tierra adentro, dejando una única zona de selva húmeda tropical primitiva. Antes de que surgieran los Andes, el río Amazonas y todos sus tributarios vertían sus aguas en el Pacífico. Cuando la cordillera se elevó y formó su rosario de volcanes, los ríos amazónicos invirtieron su curso y tuvieron que derramarse en el Atlántico. Los inmensos humedales de las aguas obligadas a retroceder crearon la Amazonia.
Pero este artículo no es de geología, sino de geografía y de política. La geografía es un destino para los humanos que la habitan, y más en un territorio tan extremo y único como el Chocó. Para empezar, las Américas están conectadas desde Alaska hasta la Tierra de Fuego por autopistas y carreteras, salvo un breve trayecto en el Darién, en el Chocó, en la frontera entre Colombia y Panamá. Las lluvias que no cesan, las ciénagas, los ríos caudalosos, los lodazales, las alimañas, el calor, los mosquitos, la misma belleza natural que parece intocable, hace que allí las comunicaciones sean muy difíciles. Se viaja por el mar, por pequeñas trochas, por senderos que una vez abiertos la selva va cerrando, y sobre todo por las vías acuáticas de los ríos. Por eso es tan fácil, para ciertos grupos armados (en especial el ELN y el Clan del Golfo) que le han robado la soberanía al Estado, decretar paros que implican el confinamiento de la población civil.
Por desidia de este y de los anteriores gobiernos de Colombia, por la corrupción o complicidad de muchas instancias locales, el Chocó es un territorio martirizado y abusado por los grupos armados ilegales. Su misma riqueza minera, pesquera y maderera hace que a los ilegales se les justifique estar allí presentes con sus ejércitos corruptos y violentos. Y en estas semanas, pese a que el Chocó tiene al fin una gobernadora seria, inteligente y limpia (la muy competente Nubia Carolina Córdoba), el Gobierno, con su torpe idealización de los delincuentes, permite que esta región, y en especial sus territorios de más difícil acceso, estén confinados. Ahora el ELN es el que decide quién puede moverse y quién no.
Sitiar a la población (y esto está ocurriendo en otras regiones de Colombia, en partes del Cauca, del Catatumbo, de Arauca, etc.), no permitir que se movilice libremente, es un cáncer que crece. Con armas o con chantajes y pago de vacunas, se impide que la gente circule, y no solo las personas, sino también la comida, los maestros, las enfermeras, los líderes sociales. Ahora mismo esto está ocurriendo con particular dureza en el Chocó, pero cada día en más partes del país. La libertad de movimiento, de circulación, es tan importante como la libertad de pensar, de hablar o de tomar agua. Los seres humanos no tenemos raíces, sino piernas, remos, velas, lanchas, avionetas, y si se nos impide movernos, si se nos confina por la fuerza, estamos perdiendo algo fundamental.
El Gobierno, ahora tan propenso a abrir las cárceles y permitir libremente cualquier fechoría a los grupos armados, debería recordar que una de sus primeras obligaciones en garantizar la seguridad de movimiento de las personas. Dentro de poco no habrá pasaportes para poder salir de Colombia. Las fronteras del norte se nos cierran cada día más. Si nos quedamos confinados aquí, habría que garantizar, como mínimo, que tengamos la libertad de movernos (sin miedo y sin tener que pagar sobornos, mordidas y vacunas a los delincuentes) dentro de lo único creíamos tener asegurado, nuestro propio país.
