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ESTOY DIRIGIENDO UNA CARTA A DOS distinguidos miembros de la Academia Colombiana de la Lengua, el uno eminente y el otro inminente, don Daniel Samper Pizano y don Francesc Solé Franco, para que tengan a bien sugerir a la Real Academia Española, de la cual son correspondientes, que incluyan en nuestro Diccionario canónico este expresivo término del español antioqueño: cutupetu.
El criollo Samper, que habita en Madrid, y el virrey español, que mora en Bogotá, sabrán hacerme el favor. Ignoro el origen etimológico de la palabra, pero conozco su significado. En primera instancia es simplemente miedo, pero se trata de un miedo muy particular que en otras latitudes se conoce también como culillo o cagueta. Con estos dos sinónimos imagino que ya entienden en qué consiste el cutupetu; y si no entienden, mejor.
Pues bien: dijo Juan Manuel Santos, con calculado desprecio, que a él “no lo desvela” la fórmula matemática de Mockus y Fajardo. Que se empiece a desvelar, o mejor, que se despierte. Porque más que desvelos, lo que este binomio político le debe producir es exactamente lo que definí arriba: cutupetu. Por el cutupetu se negó a asistir al debate público entre candidatos organizado por la revista Semana. Y es comprensible que no se quiera dejar ver. Cuando uno parece un muñeco de ventrílocuo, lo mejor es esconderse debajo de la cama. No se sabe qué titiritero le hace abrir y cerrar la boca en la mitad del rostro inexpresivo, aunque supongo que serán sus asesores gringos. En vez de ir a los debates, se dedica con marrullas a sonsacarle godos traidores a la pobre Noemí, que ya estaba aturdida por las tantas marranadas que le viene haciendo Uribito.
Es lógica esta migración de los conservadores adictos al poder. Su traición no se da porque Noemí le haya dicho “ladrón” a Arias a causa de los robos de Agro Ingreso Seguro. El abandono del barco se debe al cutupetu de no ganar con ella, pues ellos ya están demasiado acostumbrados a los puestos oficiales. Cuando Arias declaró que apoyaría al ganador de la consulta, fuera quien fuera el triunfador, ya Noemí lo había tildado de ladrón, así que es extemporánea su petición de que se retracte para poder apoyarla. Y otra mentira, pues ya Uribito mandó a todos sus secuaces a abandonar el barco de la embajadora. El mismo cutupetu de perder llevará a Vargas Lleras a encaramarse en la carabela de Santos.
Ustedes me dirán que más cutupetu fueron las blancas nalgas que un rector de la Nacional les enseñó a los estudiantes en respuesta a sus protestas incendiarias. No: eso no fue cutupetu, sino valentía. El hombre no lo volverá a hacer, porque eso le queda mal a un futuro Presidente de la República, pero así como está bien que no lo vuelva a hacer, está bien que lo haya hecho una vez. Calló a los revoltosos con un arma más pacífica y eficaz que los fusiles.
En cuanto al gancho que hace con la mano Fajardo, el otro miembro del binomio matemático (ya el maestro Osuna lo inmortalizó en este gesto de índice y pulgar), tampoco es una manifestación de cutupetu: es simplemente un corchete para ir despejando, entre paréntesis, una serie de variantes algebraicas que, aunque no todo el mundo le entiende, son lógicas e inteligentes.
Esta sosa campaña se puso emocionante. Ya no es un desierto sin ideas entre el uribista light y la uribista floja, sino una marea verde. No hay en el mundo un país más verde que Colombia. Los que han hecho crecer el desierto están, al fin, muertos de miedo de perder el poder que siempre han tenido. Les dio culillo. Y tienen mucha razón de tener cagueta. Sí: a ellos esta maravillosa marea verde les debe dar cutupetu. Aquí, “donde el verde es de todos los colores”, después del largo desierto, estamos en las vísperas de un gobierno verde.
