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El estado del mundo en cinco discursos

Héctor Abad Faciolince

28 de septiembre de 2025 - 12:07 a. m.
“Mahmud Abbas hizo algo que el presidente de Colombia (más papista que el Papa) nunca ha hecho: condenar a Hamás”: Héctor Abad Faciolince.
Foto: Presidencia

Uno supone que los líderes de todos los países, cuando se van a dirigir a la Asamblea General de la ONU, preparan cuidadosamente los discursos. Al verlos y oírlos, uno espera poder comprender mejor el mundo en el que estamos, y saber los planes para mejorarlo. Vi y oí los discursos que esta semana pronunciaron Trump, Petro, Macron, Felipe VI y Mahmud Abbas. Lo que rodea los discursos (gestos circunstanciales o visuales) se puede interpretar también como si fueran símbolos.

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Empiezo por Mahmud Abbas, el presidente de la Autoridad Palestina. Pese a ser el representante del pueblo más perseguido hoy sobre la tierra (lo que hace ochenta años, y durante siglos, fueron los judíos), el líder palestino no pudo ir a Nueva York. El gobierno de Estados Unidos le prohibió la entrada. Y, sin embargo, en su discurso virtual, Abbas hizo algo que el presidente de Colombia (más papista que el Papa) nunca ha hecho: condenar a Hamás y asegurar que, en un futuro gobierno de un Estado Palestino, sus integrantes no tendrían cabida. Simbólico también, esta semana, el reconocimiento del Estado Palestino por parte de Francia, el Reino Unido, Australia, Canadá y Portugal. Dirán que lo simbólico no es nada; al revés, es mucho, y es el comienzo de casi todo.

Quizá el más absurdo y más desesperanzador de todos los discursos fue el de Donald Trump. Negación ciega del cambio climático, apoyo incondicional a Israel en su campaña de exterminio, y ataque frontal a cualquier cosa que suene a instituciones o normas internacionales. Anunció que él hará exactamente lo que le dé la gana en el mundo y quienes no lo acepten se irán al infierno. El representante del país que antes decía ser el “líder del mundo libre” es ahora el líder de un mundo arbitrario. Lo simbólico: un bromista o un fotógrafo pararon la escalera eléctrica en que Trump subía para dar el discurso; otro bromista o un incompetente hicieron que a Trump no le funcionara el teleprompter: ahora el presidente de EE. UU. dice que casi ocurre una catástrofe en las escaleras y que quienes la hayan parado deben ir a la cárcel.

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Llego a Petro. El mismo que con melosa prosa anunciara hace tres largos años el advenimiento de la “potencia mundial de la vida”, ahora tiene siempre en la boca palabras como muerte, cementerio, extinción, cadáveres y exterminio. Su verborragia es tan caótica y dispersa que a veces hasta acierta. Acertó, por ejemplo, cuando dijo que el líder del “país más poderoso del mundo no cree en la ciencia, y eso se llama irracionalismo. De irracionalismo se llenó filosóficamente Alemania y hoy de irracionalismo se está llenando Estados Unidos”. Alguien debió escribirle lo anterior, pues es correcto. Pero a continuación llegaron sus delirios: que lo único malo de Stalin fue que no completara la tarea de volver estalinista el mundo entero; no solo es más palestino que los palestinos sino más estalinista que Stalin. Y lo peor fue el postre de su discurso: convocar a una guerra de toda la humanidat (así dice él) en la que los pueblos de Asia, los eslavos de Rusia y los países de América Latina vayan a atacar al país más paranoico del mundo, Israel, y que los ejércitos de Martí, de Artigas y San Martín se unan a la espada de Bolívar y lleguen a Gaza gritando la consigna de “Libertat o Muerte”.

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Alguna nota de esperanza dejaron los discursos de Macron (que tuvo que caminar media hora para llegar a la ONU, ya que la caravana de Trump no lo dejó pasar) y de Felipe VI (criticado con furia por Vox). Ambos contradijeron a Trump y se situaron del lado de las víctimas palestinas y a favor de ahondar las medidas contra el cambio climático. Nadie se sumó, y menos mal, a la guerra mundial propuesta por Petro. Lo que uno se pregunta es si su delirante “revolución mundial”, no será más bien una estrategia guerrera local que sirva de pretexto para no soltar el poder. Ojalá a Trump no le dé por invadir Venezuela porque ahí el pretexto llegaría en bandeja.

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