El 3 de marzo de 2022, a una semana de la invasión a Ucrania, Alekséi Navalni, el más valiente de los opositores a Vladimir Putin, consiguió mandar desde la cárcel un mensaje: “la agresión contra Ucrania desatada por nuestro desquiciado zar… exige que los rusos, apretando los dientes y sobreponiéndose al miedo, salgan de sus casas y reclamen el fin de la guerra”. No muchos fueron capaces de salir a protestar, y quienes lo hicieron están en el exilio, en la cárcel o muertos. Tan muertos como el propio Navalni. Pero la palabra clave del mensaje de Navalni era “zar”, pues es la que mejor define las ambiciones y los métodos de un hombre que ha cambiado una y otra vez la constitución para quedarse en su trono al menos hasta el 2036. A no ser que mi Dios se acuerde de él, como decía mi mamá.
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Una vieja definición de la democracia afirma que esta es el tipo de organización política que permite cambiar de gobierno sin violencia. Cuando uno ve la forma en que se perpetúan los gobiernos autoritarios (y lo fácil, en cambio, que se va pendularmente de izquierda a derecha en las democracias liberales) comprende lo certera que es esta definición. ¿Dónde ha sido imposible cambiar de gobierno por métodos pacíficos, léase elecciones, en el último medio siglo de Latinoamérica? En Cuba, en Venezuela, en Nicaragua. En estos tres países las elecciones son una farsa, como en Rusia, y los candidatos alternativos no existen, están inhabilitados, en el exilio o en la cárcel.
Aquí, donde el gobierno, con toda la razón, reivindica el derecho a la protesta pacífica, deberían al menos echarle un vistazo a lo que ocurre con la protesta pacífica en Rusia: basta ir a poner un ramo de flores en una esquina o asistir al entierro de un disidente envenenado para ir a parar en la cárcel durante varios años. ¿Por cuál delito? Comportamiento antipatriótico. Actualmente hay en Rusia 20 mil presos por protestar.
Para darle un barniz democrático a la farsa de las elecciones en Rusia, Putin concurre a las urnas al lado de otros tres candidatos cercanos al Kremlin, que no se atreven a decir una sola palabra contra el zar, su contrincante aparente. A los debates televisivos el zar no va, por supuesto, y la televisión estatal solamente muestra las visitas de Putin al vasto imperio de las naciones sometidas. Ni una palabra por la paz o en contra de la guerra de invasión a Ucrania. En los barrios más cosmopolitas y mejor informados de Moscú o San Petersburgo, donde los ciudadanos podrían al menos intentar un voto simbólico de protesta (escribiendo Navalni en la papeleta, como se ha propuesto), se evita el papel y se ha implementado un voto electrónico por internet absolutamente opaco. No habrá observadores electorales internacionales independientes. Sería más fácil entronizar al zar vitalicio con una bendición del Patriarca de Moscú, pero a la propaganda rusa le conviene aparentar que tienen un sistema electoral democrático.
Lo del zar ruso ya está resuelto y no es posible que haya sorpresas. El monarca arrasará con más del 90 % de los votos en este plebiscito que lo confirma como zar vitalicio. Lo que sí es sorpresivo e incluso asombroso es que cierta izquierda de Colombia y de América Latina siga considerando que, como Putin fue espía de la KGB en tiempos del Partido Comunista de la Unión Soviética, entonces se lo crea un líder de izquierda. Si algo es ideológicamente este zar imperialista, supremacista eslavo, homófobo, represivo y militarista (el 40 % del presupuesto ruso va al aparato militar), es un populista de extrema derecha y colonial. Pero por estos lados esa izquierda se niega a ver tal verdad. Maduro, Ortega, los sucesores de Castro, Lula y nuestro líder local no dicen ni dirán nunca una palabra en contra del zar vitalicio. Prefieren callarse o incluso izar la bandera blanca y rendirse a la brutal violencia del zar que amenaza a toda hora con usar su armamento nuclear.