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El horóscopo genético

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Héctor Abad Faciolince
14 de febrero de 2009 - 11:00 a. m.
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SI LOS POETAS SON COMO LOS SISMÓgrafos o las estaciones meteorológicas de una época, que anuncian las tormentas y las tragedias del porvenir, estos años en los que nos ha tocado vivir parecen presagiar las peores catástrofes de la historia del mundo.

Pero, ¿tenemos derecho a ser tan pesimistas? ¿No ocurre más bien que los poetas que leemos se han envejecido, y cuando se pierde el aroma de la juventud los hombres tienden a verlo todo con un lente monstruoso que deforma las bellezas de la vida y ve en sus novedades no la ocasión de la felicidad sino el anuncio del apocalipsis?

Mahoma decía —con esa veneración por los necesitados que tienen todos los populistas, pues para ellos los pobres son más vitales que el agua para los peces— que el fin del mundo estaría próximo cuando se terminaran los mendigos. ¿Dónde, si no hay mendigos, hacer ostentación de la caridad? Los ecologistas místicos, que en todo ven signos de disolución, ahora dicen que la furiosa florecencia de los guayacanes y de los cámbulos (que en estos días inundan de amarillo y anaranjado el suelo y el cielo) son una muestra de estrés y desesperación de los árboles a punto de morir, no una señal de belleza. Para los pesimistas todos los cantos son el canto del cisne.

El siglo 20, para todos los nostálgicos de las monarquías y los regímenes de jerarquías sólidas donde los hombres nacían y morían en su misma casta, es la fuente de todas nuestras penurias de hoy. Y en estos tiempos de crisis económica, todas las Casandras, los sacerdotes que predican miedo, los perpetuos profetas de infortunios, anuncian el infierno inminente, que para ellos coincide con estas gripas cíclicas del capitalismo, que esta vez se convirtió en neumonía.

Pero las profecías se cumplen, en general, tan sólo si creemos firmemente en ellas. Cuando un padre maldice la desobediencia de su hijo, y le anuncia desgracias sin límite si se opone a sus designios, el hijo las padecerá solamente si teme y cree en la maldición. Creo que algo parecido nos está pasando ahora, sobre todo cuando les prestamos atención a los que anuncian catástrofes y nos da miedo hasta gastar en un libro. La crisis es la crisis de los que creyeron en burbujas. A los que nunca hemos tenido para invertir en nada, ¿qué nos importa y qué nos cambia que la bolsa se hunda? Dicen que vamos a perder el puesto. No creo: hay que barrer, hay que ordeñar la leche, hay que regar el pasto, hay que lavar los platos, hay que escribir artículos donde la gente pasee los ojos y se olvide del tiempo.

No vivimos en el peor de los mundos posibles; ni en el mejor. Pero pocas épocas han sido tan apasionantes como ésta. Para empezar, por ejemplo, el verdadero horóscopo de nuestro porvenir, hoy está a nuestro alcance, quizá por primera vez en la historia del mundo. Todos tenemos el sueño de la profecía, de adivinar las formas que asumirá el futuro y hoy hay maneras no seguras, pero sí muy probables, de saber por ejemplo de qué nos vamos a morir, y cuándo.

El gran divulgador científico Steven Pinker se hizo hace poco el mapa genético de su cuerpo. Hoy en día es posible, por menos de 500 dólares, conocer de qué parte del globo vienen la mayor parte de nuestros genes (de África o de América, de Europa central u oriental, de las lejanas islas de Oceanía), y a qué posibles males biológicos estamos más predispuestos. El genoma individual, algo que quizá en pocos años sea un examen de rutina, será dentro de poco el verdadero horóscopo de nuestros días: no una condena del destino genético, pero sí el anuncio de muchas tendencias.

Por hablar tanto de las empresas, de la productividad, la banca, los farsantes y los estafadores, nos estamos perdiendo de otras maravillas del mundo contemporáneo. Este mundo que tanto desprecian los pajarracos que aman la catástrofe, es un mundo fascinante donde, a un clic de distancia, se despliega un universo que ensancha nuestra inteligencia. ¿Quieren probarlo? Entren a esta página en internet, www.edge.org, entren a la pregunta de este año (¿Qué va a cambiarlo todo?) y sueñen con las cosas que están a punto de ocurrir, o que ya están ocurriendo en este mundo que no es espantoso, en este presente que no es horrible, por mucho que los apocalípticos sostengan lo contrario.

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