El mar o las montañas

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Héctor Abad Faciolince
24 de junio de 2018 - 06:00 a. m.
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Si uno mira el mapa de los resultados electorales en Colombia puede observar una figura interesante: las costas y los departamentos fronterizos (la periferia) votan en general por la izquierda; los departamentos montañosos del interior, en cambio, votan por la derecha. El centro del país (Bogotá) vota por el centro o por la izquierda. Esto nos da, al mismo tiempo, un dato geográfico y un dato institucional: allí donde las instituciones están más consolidadas y funcionan (la capital del país) el voto es más racional y mejor informado; ahí ganó Fajardo en la primera vuelta, es decir el centro, y Petro en la segunda. Allí donde se siente más el abandono y la lejanía del Estado (la periferia) y donde la geografía está más abierta a nuevos horizontes, en el mar, ganó la izquierda. En los departamentos montañosos del corazón de los Andes (Antioquia, Eje cafetero, Santander), ganó la derecha.

Una constante de la historia de las naciones es que las sociedades que se asoman al mar son más liberales y progresistas que los pueblos que se asientan en las montañas, los cuales tienden a ser más conservadores y tradicionalistas. Las facilidades del comercio, el contacto con gentes, lenguas y costumbres diversas, educan a los habitantes de la costa a ser más tolerantes. El difícil acceso a las montañas endurece a sus habitantes. La democracia nació en Atenas, no en Berna ni en el Tíbet ni en los Andes. La progresista Holanda está llena de puertos. Las naciones más conservadoras de Europa están en el interior: Hungría, Polonia, Austria. La derecha alemana tiene su mayor fortaleza en Baviera, no en Hamburgo. Los presidentes más conservadores de Colombia son montañeros (Ospina, Uribe, Duque).

Los estudios más sugestivos sobre el fracaso de los países siguen dos rastros que, más que antagónicos, pueden ser complementarios. Uno habla del desarrollo y la consolidación de instituciones confiables (Acemoglu y Robinson, Por qué fracasan los países) como principal factor que favorece el nacimiento de sociedades prósperas. El otro (propuesto por Jared Diamond y ampliado por Harari) señala factores geográficos: el desarrollo económico suele ser más fácil en los países temperados que en los países del trópico. La dificultad de desarrollar instituciones duraderas y confiables en los países tropicales no solo tiene que ver con la ausencia de buenas prácticas de gobierno, sino con las dificultades intrínsecas para el desarrollo de la agricultura en países donde tanto las personas como las plantas están más expuestas a pestes, parásitos e infecciones de toda índole. La misma geología de nuestras montañas tropicales (como demuestra el caso de la presa hidroeléctrica de Ituango) conlleva dificultades técnicas y pérdidas económicas de grandes dimensiones. Lo que en las planicies argentinas o norteamericanas es relativamente fácil, en las montañas del trópico es una hazaña.

Las primeras decisiones y actitudes asumidas por la derecha colombiana en este mes y medio de interregno (Santos sigue siendo presidente hasta el 7 de agosto, pero tenemos ya actuando al nuevo ungido, Duque) no anuncian nada bueno. La arrogancia de un senador de las montañas (el antioqueño Ramos, respaldado por Uribe) que llama “hijueputa” a la senadora más conspicua del centro izquierda (Claudia López) anuncia el talante que podría tener el nuevo gobierno conservador que ganó, sin arrasar, las pasadas elecciones: la arrogancia, el desprecio y el insulto contra todo aquello que no son ellos.

Todos estamos pendientes del tipo de ministros que va a escoger Duque, el nuevo presidente. En los nombres que escoja vamos a ver si sus últimas palabras de campaña —que lo inclinaban hacia el centro— eran una simple estrategia electoral para atraer a los cuatro millones de votantes de Fajardo, es decir, una simple máscara táctica, o si de verdad quiere ser el presidente de todos los colombianos, y no solamente de los colombianos más cerrados de las montañas.

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