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Hace poco leí, parpadeando de asombro, al colega William Ospina empezar un artículo en este mismo periódico con majestuosa seguridad: “Estoy convencido de que Rusia no es un peligro para Europa. Basta ver de qué modo le ha costado tres años avanzar sobre Ucrania para apoderarse de algo que ya le pertenecía hace un siglo, la península de Crimea, o territorios que fueron rusos desde siempre como Donetsk y Luhansk, para comprender que no está en la intención de Rusia, y menos aún en su capacidad, apoderarse por la fuerza de Europa”. ¿Será ignorancia o disimulo? ¿Tres años para “apoderarse” de la península de Crimea? La invasión de Crimea ocurrió en febrero de 2014, con soldados rusos sin uniforme que se hicieron pasar por nacionalistas locales. Un mes después, ya estaba armada la República Autónoma de Crimea, con un voto secreto en el parlamento al que no dejaron entrar a los diputados elegidos antes por los ucranianos, y en el que se declaró presidente a un parlamentario prorruso que había sacado el 4 % de los votos en las últimas elecciones.
Así que “apoderarse de Crimea” no le costó a Putin tres años, sino un mes. Y en esos mismos meses empezó también la infiltración del grupo Wagner en las provincias de Donetsk y Luhansk. Estos mercenarios (con los que Putin decía no tener absolutamente nada que ver), se unieron a movimientos separatistas locales. Esos territorios no “fueron rusos desde siempre”, como dice Ospina. Más bien, desde siempre, han sido invadidos por distintas potencias: Rusia, Polonia, Alemania, etc. Esto es como si España invadiera, qué sé yo, las provincias de Antioquia y Caldas, y un pomposo comentarista ucraniano sentenciara que España “se ha apoderado de territorios que siempre fueron suyos”. La hambruna deliberada de Stalin en las provincias de Donetsk y Luhansk (el Holodomor) mató de hambre entre cinco y siete millones de ucranianos a principios de los años 30. Luego Stalin ordenó que esos campos diezmados fueran ocupados por campesinos de distintas repúblicas soviéticas, incluida Rusia.
Tras el colapso de la Unión Soviética, y tras la independencia de Ucrania, en este país quedaron alrededor de 3.000 armas nucleares de la ex URSS. En 1996 Ucrania y Rusia firmaron un acuerdo en Budapest según el cual Kyiv entregaba a Moscú las armas nucleares que tenía cuando era un territorio soviético, y Moscú se comprometía (junto con el Reino Unido y Estados Unidos) a “respetar la independencia, la soberanía y las fronteras existentes de Ucrania”. Ya en 2014, con la ilegal invasión de Crimea, Rusia incumplió ese pacto y Ucrania (que se había convertido en el país europeo más extenso) comprendió que debía prepararse militarmente para nuevas invasiones. También Europa y Estados Unidos se dieron cuenta de que Ucrania debía prepararse y le prestaron ayuda militar.
Así que William Ospina está “convencido” de que no va a ocurrir algo que ya ha ocurrido dos veces, primero anexando Crimea hace once años (y tan fácilmente que la agresión militar a un país desprotegido le tomó un mes), y luego con la invasión de febrero de 2022, que no fue simplemente a las provincias de Donetsk y Luhansk, sino a todo el territorio ucraniano. De hecho, la “Operación Militar Especial para Desnazificar a Ucrania” no comenzó solo por el este, sino que empezó también por el norte y llegó hasta las afueras de Kyiv. Los tres difíciles años para Rusia a los que se refiere Ospina son los de esta segunda ocupación del 20 % del territorio ucraniano. Son también los que han provocado cientos de miles de muertos entre soldados rusos y ucranianos, además de decenas de miles de civiles de Ucrania, ese país que, según Putin, no existe. Más de 16 millones de civiles ucranianos han sido desplazados. Y por muy “convencido” que esté Ospina de que Rusia “no es un peligro para Europa”, esta amenaza es tan clara que dos países limítrofes con el imperio del zar Putin (Suecia y Finlandia) que nunca habían pertenecido a la OTAN, entraron en ella después de la invasión.
