Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Los gemelos, esos seres fascinantes y extraños, repetidos, son las muestras vivientes de la única reencarnación posible: no la del alma, como confían algunos orientales, sino la del cuerpo. Nada se parece tanto a la vieja doctrina de la metempsicosis como este fantástico azar de la procreación (de tres a cuatro por cada mil nacimientos) que hace que a veces alguien nazca con un gemelo idéntico, es decir, con un clon.
Acabo de ver en Netflix un raro documental colombiano dirigido por Alessandro Angulo: Hermanos por accidente. No se trata del simple caso de un par de gemelos separados al nacer. Aquí los gemelos son cuatro, dos parejas, nacidos casi el mismo día en lugares lejanos. Y luego, por un error hospitalario, dos de ellos son entregados a sus familias, pero cruzados: los padres ya no reciben y crían gemelos sino dos niños de la misma edad, pero de distintas madres. Las dos parejas de hermanos que resultan, biológicamente no comparten nada, y así crecen, dos en una familia campesina, y dos en un barrio popular de Bogotá.
Uno de mellizos se encuentra por casualidad con su alma gemela, o mejor, con su cuerpo gemelo. Pero esta es solo la mitad de la sorpresa: al ver las fotos del supuesto mellizo de su gemelo campesino ve que es idéntico a su propio mellizo, es decir al niño que creció en su familia como hermano. No sé si me explico. El documental lo explica mucho mejor, más despacio, y además con imágenes.
Hagamos un experimento mental: un día nos dicen que tenemos un clon que ha crecido al mismo tiempo que nosotros, pero en circunstancias muy distintas. Sería una gran fuente de estupor, incluso de angustia, poder comparar nuestra vida con la de aquel lejano doble, y tratar de averiguar cuánto de lo que hemos hecho o hemos conseguido se debe a nosotros mismos (a nuestro libre albedrío, a nuestro esfuerzo) y cuánto a una especie de programa hereditario que se corre en nuestro cuerpo.
Hace años leí un estudio sobre gemelos idénticos criados en ambientes distintos, Twins: And What They Tell Us About Who We Are, de Laurence Wright. Los resultados, aún provisionales por los pocos casos, me parecieron asombrosos. Quienes crean que la personalidad, la inteligencia, la habilidad musical, y hasta el caminado y la orientación política, tienen mucho o todo que ver con el tipo de familia en que crecemos, o con el ambiente y la crianza que nos han dado, deberían leer sobre gemelos y ver este documental de Angulo.
Cuando se estudian los rasgos comunes de los gemelos idénticos criados en distinto ambiente, la vieja controversia entre Natura y Cultura parece inclinarse hacia el lado de la biología. Lo raro del documental es que un par separado comparte los genes y el otro par comparte el ambiente. Nunca se han visto desde el nacimiento; unos crecen en el campo, otros en la ciudad, y en diferentes estamentos sociales. Comprobar, ya adultos, que sin haberse visto nunca comparten tics, que tienen preferencias parecidas, que son más introvertidos, cautelosos, o lo contrario (sin importar la crianza), que han padecido o van a padecer enfermedades similares a lo largo del tiempo.
El documental, por respeto a la intimidad, no profundiza en todos los tipos de afinidades o diferencias. Pero un investigador podría estudiar, por ejemplo, sus grados de apego a la religión, si la tienen, o sus posiciones políticas –radicales o moderadas– pues según Wright hasta en estas hay cierta predisposición biológica.
Borges abominaba los espejos porque le recordaban la pesadilla del doble, de ese otro que no sabemos bien si es otro o es una réplica exacta de nosotros mismos. Sabemos que nuestra conciencia individual, hecha de los propios recuerdos, de la propia experiencia, está condenada a desaparecer. Pero siendo tan poco probable una vida después de la vida, y tan impensable que nuestras almitas reencarnen, quizá la única (curiosa, parcial, fragmentaria) posibilidad de una vida propia, pero distinta, la pueden experimentar esos pocos seres extraordinarios que tienen clones.
