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El país de la panela

Héctor Abad Faciolince

13 de febrero de 2021 - 10:00 p. m.

A veces me parece que no hay país más raro ni más desconcertante que este donde nací. Para bien y para mal. Es un país de extremos insólitos, de extremos de locura. Creativo y autodestructivo, neurótico, sorprendente, inesperado en su capacidad de hacer el bien o hacer el mal. De ser generoso o ladrón. Tratar a un país, Colombia, como si fuera una persona es ya algo extraño. Es lo que en retórica se llama prosopopeya: darle a una cosa, a un ente ficticio (jurídico, geográfico), propiedades humanas. En realidad es difícil que un país tenga personalidad, cualidades, demencia o cordura… Lo hago solamente para ver si me entienden y me entiendo.

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Cuando digo “el país de la panela” (y no de la canela, como más poéticamente escribió William Ospina), estoy pensando, sí, en un delicioso producto nacional, pero sobre todo en un tipo que hace poco consiguió en Estados Unidos registrar a su nombre (Jorge González Ulloa) la patente número 10,632,167, mediante la cual se adueña del “más saludable endulzante del mundo, y el más barato”: la panela. ¿Podrá haber otro país que dé un avivato que se crea dueño y señor de algo que producen miles de campesinos y pequeños productores locales desde los tiempos de la Colonia? Ahora, al menos para la oficina de patentes de la mayor potencia del mundo, el propietario de la fórmula para la fabricación de la panela es este González Ulloa. Si quieren leer el cuento de este despojo abran este enlace.

Pero, además de la panela, lo que me lleva a escribir esta reflexión es el asombro, en este caso positivo, esperanzador, que me produjo la noticia de que este Gobierno —catalogado como el más derechista del continente después de la caída de Trump— acaba de tomar una medida inteligente, altruista y generosa para darles acogida, con todas las garantías legales, a todos los inmigrantes irregulares venezolanos. ¿No es este un país extraño, sorprendente, contradictorio? Lo que acaba de hacer Iván Duque es tan visionario y conveniente que parece pensado por Angela Merkel. Solo Alemania había hecho algo de estas dimensiones con los inmigrantes del Medio Oriente (Siria, sobre todo). Pero ahora es Colombia la que le da ejemplo a toda la región y al mundo entero con una bienvenida abierta a más de un millón y medio de inmigrantes desesperados.

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Sin embargo, como suele pasar con todos los caritativos, gana mucho más el que da que el que recibe. El torpe, autoritario e inepto gobierno venezolano ha perdido en poco tiempo para su país millones de seres humanos laboriosos, preparados, con ideas e iniciativas, con ganas de progresar y ser felices, porque su país no les ofrece ninguna oportunidad de conseguirlo. Y Colombia ha importado gratis (además de un puñado de delincuentes que serán neutralizados) más de un millón y medio de brazos y mentes jóvenes en los cuales otro país tuvo que invertir en alimentos, educación, hospitales, etc., durante decenios. Duque, sí, da un gran regalo, pero es nuestro país, de lejos, el que sale ganando. “Lo que se da no se pierde”, “dar es dar”, como dicen las canciones, con mucha razón.

Esto me trae a la memoria otro acto en apariencia demencial de un gobierno también catalogado como reaccionario (y quizá lo fuera en otros aspectos), el de Virgilio Barco, que firmó, sin que nosotros nos diéramos casi cuenta, pero para el asombro del mundo entero, la creación de los resguardos indígenas y parques nacionales más grandes de toda la Amazonia, y entre los más extensos y mejor protegidos del mundo: 200.000 kilómetros cuadrados, casi el 20 % del territorio nacional, con una sola rúbrica. Un país verde dentro del país más verde del mundo (y el más gris, a ratos), al que luego Santos le añadiría, en 2018, otros 42.000 kilómetros cuadrados (un poco más de la extensión total de Suiza) con la creación del Parque Nacional Natural Serranía del Chiribiquete. Sí, somos el país de la panela, de la canela, de la candela, del corte de franela. Pero también del asombro.

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