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El prestigio de los ojos azules

Héctor Abad Faciolince

10 de agosto de 2025 - 12:07 a. m.

Una de las novelas más duras y que más huella han dejado en mi mente es de Toni Morrison y se llama, en inglés, The Bluest Eye (literalmente, El ojo más azul, que se tradujo al español como Ojos azules). La novela es muy dura, casi brutal, y al mismo tiempo justa en su dureza. Empieza así: “En silencio, como se mantuvo, no hubo caléndulas en el otoño de 1941. Pensábamos, en ese tiempo, que como Pecola iba a tener un bebé de su padre, por eso las caléndulas no habían crecido”.

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A Pecola, la niña embarazada por su padre alcohólico, le gustan las caléndulas (azules), pero no quiere ser como es porque se cree fea; ella quisiera ser ojiazul, como Shirley Temple. Toni Morrison, la primera mujer negra en recibir el Premio Nobel de Literatura, fue profesora en Princeton hasta jubilarse. Lo fue por sus propios méritos, y también porque algunas universidades de Estados Unidos decidieron darles voz (y cátedra) a mujeres de color (algo que las políticas universitarias de Trump pretenden evitar hoy a toda costa). Este libro, que denuncia el racismo y su estética eurocéntrica, ha intentado prohibirse y algunas bibliotecas públicas de su país prefieren no tenerlo. Hoy en día una voz como la suya, la de una escritora genial, es muy molesta en un país como Estados Unidos que semana tras semana se vuelve más vergonzosamente racista.

Pensaba yo en todo esto viendo el aviso y el juego de palabras de unos bluyines (me gusta escribirlo así, pero una traducción literal de este tipo de pantalones podría ser, al menos en español peninsular, vaqueros azules) que ha desatado una gran polémica en el país presidido por el ojiazul Donald Trump. La publicidad, que seguramente estará llenando de plata los bolsillos, azules, de la marca, se basa en la homofonía de dos palabras distintas: jeans y genes (que se escriben distinto, significan dos cosas, pero se pronuncian igual). Y se nutre, por supuesto, del escándalo desatado por el sentido racista y eugenésico de la campaña. Todo empieza con una frase que se oye sobre una actriz de ojos azules: “Sydney Sweeney tiene unos genes magníficos”. O también puede oírse como: “Sydney Sweeney tiene unos jeans magníficos”. Luego la actriz dice que no estaría mal comprar sus genes/yines, pues estos le resaltan maravillosamente el sentadero.

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No sé si el sentadero, pero seguramente los ojos azules (como los negros, los grises, los cafés, los verdes) sí se heredan genéticamente. Algo que, para mí, es estéticamente irrelevante. Conozco personas increíblemente bellas y atractivas con ojos de cualquier color. Por algo será que hay canciones dedicadas a ojos verdes, negros, azules o del tono que quieran. En general, en un país donde hay muchos zarcos (en un país nórdico, por ejemplo) los ojos negros parecen sensacionales, por lo raros. Aquí, donde casi todos tenemos ojos castaños, nos parecen especiales los muy negros (en realidad, marrones muy oscuros) o los muy claros (grises o azules). En fin, cada cual puede preferir lo que sea, pero esto no indica superioridad de ningún tipo, y mucho menos genética o racial.

Apócrifa o real que sea, aquí viene cuento la anécdota de una actriz o una bailarina (seguramente ojiazul) que alguna vez le propuso al gran escritor Bernard Shaw que tuvieran un hijo, de modo que este les saliera con la inteligencia de él y la belleza de ella. A lo que el escritor repuso que mejor sería no correr el riesgo porque qué tal que el fruto de su cruce les saliera al revés: con la inteligencia de ella y la belleza de él.

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Cuando Trump supo que la actriz Sydney Sweeney se registró y votó por el Partido Republicano en el estado de Florida, de inmediato salió en defensa de la campaña publicitaria, que le pareció genial. Lo propio hizo el vicepresidente, también ojiazul, J. D. Vance. No tengo nada en contra de los ojos zarcos (uno de mis abuelos los tenía), pero tampoco tengo nada a favor. Son cosas que pasan y no son mejores ni peores. Como ser zurdos o diestros.

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